ANITA, LA NIÑA Y LA MADRE MARÍA



En un paraje lejano, en otro tiempo, en otro plano, en otro misterio, ardía un invencible Fuego que era alimentado por una Anciana Señora. Así la perfecta Dama y Maga, cantaba al Cielo, al tiempo que avivaba la llama de su éxito. Las llamas ascendían y descendían, dependiendo de lo que en El Bosque iba ocurriendo. Aquel día, para sorpresa de la Dama Maga, una elevada llama pareció hablarle de otros tiempos. Acercándose a su esencia, pudo distinguir a una increíble mujer, parir. La Anciana sonrió, por fin Anita se había encontrado con La Niña, la misma que tanto y tanto se instruyó. Ahora la Maga ya podía acudir a ese plano en el que jamás pudo antes vivir.
La Dama Maga a quien todos conocían como la Madre María, tomó asiento, orgullosa por el éxito y allí sentada permaneció sin dejar de avivar el Fuego, ese que sólo puede penetrar para dar vida al Hogar, cuando éste está hecho. Mientras continuaba su labor, recordó algo…

Su pensamiento se marchó allá donde se guarda el Laberinto de las Almas, allí donde se esconde un gran secreto, el mismo que será desvelado, cuando Anita y La Niña den con ella. En ese instante, todas podrán verse tal cual, vibrantes en idéntica realidad. La Anciana y Maga sonrió, la Esencia Maternal estaba haciendo su reacción.
Anita como Personalidad construida día a día por el Ser, acogería en su seno a La Niña, la pureza del Alma y de su Saber, cuando nace tras un periodo de evolución y la Madre María, como Espíritu que veló todo el tiempo, por puro Amor a Dios.
Sólo ellas tres pueden alcanzar a vibrar a idéntico son y sólo ellas tres sabrían reconocer que entre todas forman el mismo Ser.
El Secreto del Laberinto, se desvelaría al producirse el triunfo tan esperado.

La Madre María, evocó entonces el día en el que Anita partió. Ese día ella misma le confeccionó un bolsillo oculto bajo su faldón. Cuando estuvo lista para partir, Anita suspiró profundamente sintiendo la calidez de la Gran Maga. La sonrisa que le brindara quedó grabada para siempre, así durante el largo camino cada vez que dudaba en donde se hallaba la alegría de su corazón, aparecía la sonrisa que la Madre le regaló. Siempre que la evocaba tenía un precioso recuerdo de la Anciana que tanto le enseñó. Anita jamás se olvidó de como la Madre la columpiaba sobre un cesto trenzado con sus propias manos, hecho de juncos secados al sol. Mucho más tarde supo que la Maga era una poderosa artesana y que tenía gran experiencia en elaborar cestos para bebés, aunque los cestos sólo los podía hacer para aquellos imberbes que en verdad quisieran crecer.

Cuando un buen día la Madre María le comenzó a narrar la historia de una jovencita que había olvidado el modo de comunicarse con su Hada Madrina, Anita no se lo podía creer:

-  - Madre!!! Tranquila que a mí eso no me sucederá jamás. Mira… ¿ves…? – le advirtió señalando a Salomé que en ese instante sobrevolaba su pequeño e inmaduro Corazón -. La puedo ver a la perfección. Puedo incluso hablar con ella. También podemos cantar juntas… - a lo que el Hada y la pequeña Anita entonaron una dulce estrofa que la misma Anciana les había enseñado:
- - En las eternidades del Cielo yace un poderoso Misterio, sólo las Almas Madres serán capaces de resolverlo. Hola, sé bienvenido a este Mundo. Aquí darás con aquello que nunca antes pudiste encontrar. ¿Te atreves a buscar…?

Cuando Salomé y la pequeña Anita dejaron de cantar aquella estrofa que repetían, Anita se quedó muy seria:

-  - Madre ¿crees que Yo también seré Madre algún día…?

La Dama, que continuaba meciendo a su pequeña suavemente, asintió con la cabeza,sin dejar de mirar al sol. Con aquel gesto Anita supo que la Maga tenía razón. Entonces el Hada Salomé, Anita y la Madre María miraron al Cielo. Allí en aquel paraje por descubrir, sólo Salomé pudo ver algo. Algo que guardaría para siempre en su Ser y que sólo en su momento se lo haría saber a Anita. El riesgo de aquella aventura estaba en que Hada y Anita se perdieran de vista. Todo el Universo lo sabía, pues siempre que un Ser alcanzaba el momento de dar Vida, se producía un gran caos, en el que sólo el Orden y la Sabiduría, lograrían que Todo regresase a su Hogar Original.

Los rayos del sol se intensificaron, provocando ligeros parpadeos sobre las aguas de los mares y riachuelos.



Pasó el tiempo y Anita creció, primero descendiendo del cesto, para luego alejarse del paraje en el que su Madre un buen día le hizo el equipaje y le recomendó que marchara en busca de aquello que la Vida tenía reservado para ella. Anita no tuvo dudas, cogió todo lo que la Dama Maga le preparara, incluido un precioso peine de plata y partió en compañía de su inseparable Hada.
Las Noches y los Días se sucedieron, los habitantes del Bosque le dieron a Anita importantes e útiles consejos, pero ella, aunque los escuchó todos, no respondió a ninguno de ellos. Así conforme penetraba en parajes ocultos del Bosque se iba también perdiendo de sí misma.
En las oscuridades del aquel Bosque, silencioso de mensajes y esperanzado de situaciones que provocaran a todos los habitantes vibrar con colores… la bella Anita se había convertido en una bella jovencita que se dedicaba a recoger diminutas semillas, con las que en un futuro daría de comer a esa Niña con la que soñaba todos los días.
Salomé hacía tiempo que estaba entristecida, había ocurrido, lo que era de temer, Anita ya no la sentía. Se acercó a la joven, revoloteando insistentemente a su alrededor. Anita estaba tan concentrada en la búsqueda de semillas, que ignoraba completamente al Hada.
Como mensajera experimentada, el Hada insistía en que Anita la percibiera, así, como no había manera, hizo una poderosa llamada al Señor de los Aires, para que con su fuerza, levantara del suelo hojas y ramas, que la sacarían de su concentración.
Kabil, acudió raudo y sonriente a la llamada de su amada.

-Salomé!!! – exclamó feliz – sentí que me reclamabas – dijo haciendo una artística pirueta, que provocó el revuelo de todas las féminas.
-Ha llegado Kabil!!! – se escuchó decir, al tiempo que el lugar se llenaba de entidades del Bosque, curiosos por conocer cuáles eran las intenciones de Salomé.

Kabil se sentía encantado de llamar la atención de ese modo, se sabía atractivo, provocador y llamativo. Muy pocos danzaban a su modo, algo que enamoraba a Salomé. Era tanta la admiración que el Hada sentía por Kabil, que todos los vecinos del lugar, podían observar como el Hada se había quedado pasmada, mirando a su chico.
Tan absorta estaba en la exhibición de Kabil, que incluso había olvidado el motivo por el que lo llamara.
Un suave y dulce bufido, lanzado de los labios de Él, sacudieron la larga melena de Salomé, mostrándoles, así, a todos, su excepcional belleza.

-Salomé!!! – susurró Kabil - ¿Te acurre algo…?
-Ah!!! Ummm, no nada… perdón- balbuceó, volviendo en sí, recuperando la compostura.

Un gran estallido de risas, se escuchó, la población del Bosque, no pudo reprimir la alegría que sentían por el encuentro de la enamorada pareja.
A todo esto, la chica humana, que parecía continuar  ajena al Reino por el que tan ofuscada caminaba, dio un brinco, en el mismo instante en el que se produjo el estallido masivo.
Anita, curiosa, observó atentamente a su alrededor. No escuchó, ni vio nada. Se extrañó. No entendía, qué había sido aquello que tan poderosamente la había apartado de su concentración. Se le erizó toda la piel. Un fuerte cosquilleo, invadió su Ser.
Como pudo y con una gran duda en su interior, intentó volver a concentrarse en el laborioso trabajo de reconocer las semillas de acerola, algo tan delicado y exacto, que cualquier error provocaría una grave intoxicación cuando algún día naciera esa niña, con la que siempre soñó. De repente advirtió que bajo el faldón, había un bolsillo oculto, introdujo su mano en él y para su sorpresa encontró semillas del mismo día en que partiera. Hurgó un poco más, para descubrir un peine de plata. Cerró los ojos y buscó en su interior qué utilidad tenía aquella herramienta que siquiera recordaba. Entonces se vio de muy pequeña sentada sobre una roca cercana a un caudaloso río, el Asper, le llamaban. Sonrió. Su memoria estaba regresando. Pudo sentir como alguien la peinaba y al hacerlo toda su verdad asomaba. El peine te devolvía todo aquello que te dejabas durante el camino. Su único secreto, era, saberlo usar, pues también podías hacerlo para alcanzar falsos deseos, aquellos que sólo son propios del egoísmo de sus dueños.
Anita dio un respingo de miedo. La duda penetró:

-- ¿Y si lo usaba y no sabía hacerlo…?

Se esperaría a tener más claro que en ella existía una gran dosis de sabiduría. Decidió dedicar su camino en la búsqueda de ese Yo que le diera la seguridad de recuperar lo perdido. Las cavilaciones interiores cesaron, guardó el peine de nuevo y al hacerlo, volvió su obsesión por las semillas de acerola y su deseo de ser Madre.



En un mundo muy cercano al que transitaba Anita - imbuida de propósitos - elevadas entidades celestiales, se encargaban de sostener ese gran sueño de la joven. Así entre todos sostenían quien sería La Niña, la Gran Almita que Anita en su momento pariría. El bebé, estaba preparado para conquistar todo aquello que a Anita la motivara. Para ello, sabios Elfos y experimentadas Damas de las Escuelas de la Vida más arcaicas, habían instruido a La Niña, para que la joven Anita fuera capaz de conquistar el Nuevo Mundo. Anita, no tenía idea de todo lo que se tramaba en esos Mundos de los Sueños, no conocía que los planes dispuestos, iban a traer consigo, nobles momentos en los que todos aquellos recuerdos del pasado, se iban a convertir en lo mejor que le restó por vivir.

De nuevo en El Bosque, se escuchó un chapoteo procedente del Lago, algo que provocó que Anita cambiara de dirección. Habitualmente, en aquellas aguas no habitaba ningún Yo. Las pequeñas olas que dejara en la superficie del agua, aquello que nadara en su interior, provocaron que el sueño de Anita tomara una interesante emoción.
La joven se acercó sigilosa a la misma orilla, observando con detenimiento el movimiento fluido de las ondas. La transparencia de las aguas era completa, pese a ello era incapaz de distinguir nada allí dentro que nadara.
Un susurro en un idioma desconocido, hizo que buscara en una nueva dirección.
Mientras Anita vivía todo aquello, el Hada Salomé, insistía una y otra vez en conectar con su saber. Para frustración del Hada, su labor no dio resultado alguno. Anita se había desconectado. Nadie sabía que consecuencias tendría aquello. Nunca nadie antes había ingresado en esos planos ocultos del Bosque. Todo era nuevo para todos.
La inquietud de Anita, se acrecentó. Recorrió de parte a parte la orilla del Lago, buscando a ese Yo. Tanto insistió que sin darse cuenta anocheció. Una bruma intensa cubrió las inmediaciones del Lago, tanto, que era imposible distinguir el otro lado. Por un instante, Anita, creyó asustarse, pero tan pronto como se dio cuenta de ello, se convenció a sí misma de que aquella noche sería tan especial, que la podría por siempre recordar.

Así se dijo: ¿Miedo Yo…?  - y se contestó – Ni hablar.

Acabó de decirlo cuando un estrepitoso sonido, le provocó un vuelco de Corazón. Rápidamente se repitió: ¿Miedo Yo…? – y se contestó – Ni hablar.

Como pudo, alcanzó la base de un Olivo, que anciano y poderoso se erguía mucho más allá de lo que la bruma le permitía. Tembló de frío. Supo que aquella noche que comenzaba, sería inteeeeensa y larga.
La oscuridad lo invadió Todo, hasta tal punto que sólo con los ojos cerrados era capaz de distinguir el Mundo. A Anita, le costó poco mantenerlos por toda la noche entornados, pues fue ahí, y sólo ahí, donde descubrió algo que la dejó perpleja.
Unas alas de libélula comenzaron a llamar su atención, las alas se acercaban y se alejaban con una clara intención. De repente, al revoloteo, se añadieron nuevos seres alados, entre ellos mariposas, mariquitas y diminutas aves desconocidas para Anita. La joven, sin esperarlo, volvió a sorprenderse, le pareció escuchar una voz que intentaba llamar su atención. Una cara muy pequeñita, graciosa y extraordinariamente parlanchina, emitía por su boquita palabras divinas. Anita agudizó su sentido del Corazón, pues supo que sólo a través de este sentido podría traducir aquella vibración. La hermosa Hadita, insistía, tanto que por fin Anita logró conectar con el mensaje que el Hada deseaba transmitirle a su Ser.
En el instante en el que se produjo la conexión, un fuerte estallido, se escuchó de nuevo en el Bosque.
Anita despertó de repente. Se sentía aturdida. Cuando recuperó la compostura, a su memoria regresó el sueño de aquella agitada noche. Salomé, su amiga entrañable, la de toda la vida, le había entregado un mensaje. Se incorporó y sin dudarlo eligió una dirección. El día estaba despuntando. El sol parpadeaba con insistencia, Anita lo observó, nunca antes se había fijado en su color.
Alcanzada una amplia explanada, sintió encogerse su Corazón, percibió que estaba sola, sola consigo y su interior. Bordeó zonas de árboles, cruzó espacios abiertos, se refugió en estrechos senderos, se ocultó en rocosas oquedades, y así poco a poco, consiguió dar grandes pasos, dejando que su Corazón la condujera hacia donde sintiera. En un momento dado se sobresaltó, creyó tener compañía por vez primera. No se lo podía creer. Susurró:

-   - ¿Alguien me espera?

Dejó que el silencio hablara, pero nada. Distinguió un árbol precioso, de robusto tronco y frondosa copa, llamó tanto su atención que se dirigió hacia él sin pensarlo. De repente, otra vez la intuición le hizo creer que alguien merodeaba por allí.
Una voz desconocida respondió:

-Hola!!! Estoy aquí.

Un jovenzuelo rubio de grandes ojos le hizo sonreír.

-¿Me esperabas…? – insistió Anita, convencida de ello.
-- Sí, creo que sí, acabo de dejar mi Pueblo. Mira está por allí.
El joven señaló en dirección al Sol.
-Ah!!! Que coincidencia, yo también acabo de dejar mí Pueblo. Mira… Bueno, mi Pueblo ahora no se puede ver, tendremos que esperar al anochecer.
-Ufff!!! Me encanta, ¿esa esfera azul plateada es tu Pueblo…?
-Sí, claro, vengo de allí – señaló, dirigiéndose a la invisible esfera lunar.
 - Qué interesante!!! – exclamó el muchacho encantado por aquel encuentro.
Anita se sentía emocionada por haber conocido a aquel compañero de viaje, la andadura con él sería mucho más interesante.
Los jóvenes se dieron la mano y unidos partieron, alejándose de sus respectivos Pueblos. Ese día en todo el Universo, se pudo percibir un interminable silencio, por vez primera él y ella, caminaban unidos hacia una misma meta.



Desde aquel día, nadie había vuelto a saber nada de ellos. Era como si hubieran desaparecido. Hubo quien dijo que los vieron lanzarse por el Acantilado, el mismo por el que nadie, nunca antes se había lanzado. Un águila muy sincera, les convenció a todos para que tuvieran paciencia.

-  - Están descubriendo juntos un Nuevo Mundo. Confiemos en ellos. Estoy seguro de que en su momento, seremos testigos directos de su regreso. No tengo la menor duda.

Se escucharon quejas e improperios. Se escucharon chascarrillos de enfado de los habitantes de ambos Pueblos. El águila volvió a dirigirse a ellos:

-Por favor, ¿no os dais cuenta de que este momento es único…? ¿Acaso os conocéis? ¿Os habíais visto antes…? Vosotros… - dijo señalando a los habitantes de cabellos dorados como trigales - ¿sabíais de la existencia de estas interesantes entidades, las que habitan lares y lares desconocidos para vosotros, sumergiéndose en lo profundo del Todo para que nada quede oculto a nuestro Universo…?

Un NOOOO unánime se escuchó.

-Y vosotros – dijo esta vez dirigiéndose a la gran diversidad de habitantes del Bosque de aspectos tan variopintos que todavía hoy no pueden enumerarse a todos - ¿sabíais de la existencia de estos extraordinarios seres que cada nuevo día se encargan de impregnar en cada átomo solar, toda la verdad que se desprende de cada episodio en el que nace, vive y muere una experiencia…?

De nuevo un NOOOO rotundo se escuchó.

Pues es el momento de conoceros. Ellos, los primeros, ya lo han hecho. En los misterios del acantilado están viviendo. Cuando sea el momento regresarán.
Tras este interesante encuentro multitudinario, se sucedieron todo tipo de hechos, unos se unieron y también se lanzaron por el acantilado, otros huyeron de sí mismos y de la pareja que fue a buscarlos. Otros no quisieron creer nada de aquello y regresaron a sus respectivos Pueblos y así un suceso constante de movimiento, que alteró el silencio del Universo.




En un lugar desconocido para todos, los primeros jóvenes aventureros estaban exhaustos por el viaje. Agotados, sintieron el deseo del regreso. Añoraban día tras día a sus respectivos Pueblos, pero a aquellas alturas siquiera podían recordar a donde pertenecían. La experiencia los estaba dejando sin fuerza. Cabizbajos, sin aliento, sin pasión y con remordimientos, descorazonados, embriagados de tristeza por tanto y tanto esfuerzo sin resultado, sin esperanza, sin fe y sin nada, creyéndose abandonados, decidieron que era el momento de perecer.
Ella se quedó dormida en su regazo. Él le acariciaba el cabello al tiempo que desolado lloraba lágrimas amargas. Era incapaz de sentir a su amada, así. Desesperado, gritó al Cielo amparo y al hacerlo, totalmente entregado, vinieron a portarle un vestido nuevo. Sin dudarlo, vistió con el nuevo traje su Ser. Se sintió poderoso, maduro, lleno de fe. Esperó a que Anita despertara. Cuando la joven abrió los ojos y lo pudo ver, reprodujo a la perfección la sonrisa de la Madre María que guardaba en su interior. Esa fue la señal de que todo pasado había llegado a su final. Abrazados, mirándose a los ojos, se dispusieron a bailar. El Universo tocó para ellos las notas de una increíble balada. Nadie osó mediar palabra.



Un buen día Anita despertó de nuevo en los brazos de su amor y mirándole a los ojos, le hizo saber que había llegado el momento de conocer todo aquello que a lo largo del caminar común, habían creado. Anita, tenía muy claro que estaba gestando.
Por vez primera en muchos siglos, la gestación estaba dando su fruto, un hermoso bebé, traería consigo lo mejor y más bello que ambos habían hecho, por la Vida y por Todo el Universo.
Una increíble almita, se acercó al aura de Anita, si, era La Niña, era lo más puro que jamás Dios pudo dar a conocer. Estaba preparada para iniciar la difícil misión de entrar en un cuerpo que le permitiera expresar todo aquello que en este y otros Mundos, había aprendido. Respiró muy hondo, penetró y ya no recordó nada más. Se produjo un inquietante silencio que logró acallar hasta lo más ínfimo y pequeño. Así, en ese silencio riguroso permaneció Todo y el TODO.



Tras finalizar la gestación, Salomé percibió que Anita estaba a poco tiempo de dar a luz, recordó aquello que por tanto tiempo guardó en su Corazón y que hasta ese momento no había podido hacer consciente a Anita.
Se emocionó, supo que regresaría la pasión, se sintió bella, enamorada, una auténtica creación de Dios, y así con todos esos sentimientos a flor de piel, se dirigió a la almita que estaba a punto de nacer. La Niña le sonrió, la miró con auténtica Luz en su interior y sin más, recogió aquello que le entregara Salomé. La Niña colocó el hermoso Diamante labrado por sus padres, en su Ser.
Al recibir el bebé la Esencia pura de Hombre y Mujer, Anita se sacudió, no lo podía creer. Por vez primera, después de eones, recordó a su Divina Madre. Hacía mucho, pero que mucho tiempo, que no se acordaba de ella. Recordó el cesto, recordó sus cuentos y ese peine de plata que en su día le entregara.
Él la abrazó y le besó la mano con la que cada día lo peinó. Con aquel gesto pudo conservar intacta su divina esencia, sólo ella lo pudo ayudar, pues ella y su magia eran la garantía del regreso al Hogar.
Anita, preparada para el parto, se refugió en una Cueva cercana al Camino que retomaran. Al penetrar en ella, quedó embelesada por la belleza que de su interior se desprendiera. Salomé la acompañaba y el joven Padre también.
La Niña estaba encantada con su nacimiento. A todo ello el Universo entonaba la melodía que mencionaba la llegada de la Madre María.
Entre obeliscos de cristal que despuntaban hacia el Cielo, buscando los mínimos rayos que por las grietas de la Cueva conseguían penetrar e iluminar, tomó Anita asiento, dispuesta a recibir a la almita de La Niña. Se sintió rodeada de fuerza, la que él tanto le impregnara. Sintió como en aquella Cueva, yacía algo que en su día dejó abandonado y que Hoy tenía que recuperar. Asintió al silencio, a ese conmovedor espacio en su Corazón que le garantizaba que todo estaba correcto.
Expectante contempló un impresionante Cerezo de blanca y rosada flor, que parecía hablar sin voz. Tras su tronco apareció una silueta perfecta.
Una ligera exclamación de sorpresa, delató la emoción que le había invadido. Una mujer espectacular la observaba con ternura en su faz.

-Es el momento – le aseguró. Y tal y como dijo aquello Anita pereció como quien había sido hasta el momento. Lo hizo con una sonrisa en los labios, mirando con generosidad a la Madre, la Dama del Cerezo.

Fue en ese mismo instante, cuando la almita de La Niña tomó cuerpo y sin temer nada, le dio vida de nuevo a la joven Anita. Él, amparándola en todo momento, la mantuvo rodeada con sus brazos, susurrándole palabras de aliento.
El proceso de renacimiento había concluido. El bebé había nacido. Salomé revoloteaba incansable sobre el suceso. Por primera vez en mucho tiempo Anita la volvió a ver sin velos ni sueños, sino en todo su Ser:

-Salomé!!! Salomé!!! Cuanto tiempo!!! Creí que no sería capaz de volver a sentirte jamás, como ahora mismo te siento.

Salomé se posó ante sus ojos. Anita fue testigo de las lágrimas que el Hada fue incapaz de retener.

-Siempre, siempre estuve contigo, pero no me querías ver. Jamás te abandoné, sólo que sin darte cuenta te alejaste de nuestro Camino, tanto que ya no sabías por ti misma volver. Únicamente, esta Niña preciosa que acaba de nacer, ha podido devolverte a tu lugar, a ese al que perteneces y del que jamás podrás escapar. Lo ha hecho por Amor a tu Ser.

Y dirigiéndose a él, concluyó:

-Él fue tu motor, tu capacidad de acción, tu garantía de creación. Él lo fue todo para que este momento no se lo perdiera ningún átomo del Universo.

Anita, besando a su bebé y con lágrimas en su rostro, recordó de repente las múltiples experiencias, el dolor, el sacrificio, la culpa, las ausencias de vidas y vidas llenas de interminables y únicas vivencias, de las que creyó no poder desprenderse nunca. No entendía que le había ocurrido que la tuviera apartada tanto de todo aquello que le daba verdadera Vida.
De repente recordó algo. Recordó que durante mucho tiempo se había olvidado del encantador joven de cabellos rubios con quien había caminado. Le fue imposible saber en qué momento se olvidaron el uno del otro, ni por cuanto tiempo estuvieron separados. Ladeó su cabeza, aturdida por tantos recuerdos. Sujetándola con ternura, la invitó a bailar de nuevo, pero esta vez serían tres. Él los miraba con ternura y juntando sus labios con los de ella, silenció todo dolor caduco.
El beso de verdadero amor, despertó la pasión y con ello la intención de volver a caminar, pero esta vez por un Nuevo Mundo, tan desconocido como aquel en el que penetraron el primer día que decidieron lanzarse por el acantilado. Ahora no eran dos desconocidos, sino tres que unidos, formaban uno.



El Cerezo estalló, llenando sus ramas de frutos, revelando la pasión que de nuevo había entrado en el Corazón de Anita. Salomé la acompañó, ahora Anita, La Niña y la Madre María se habían fundido en un único Ser, convirtiéndose en esa Gran Alma que ha finalizado un trayecto y está preparada para iniciar otro muy nuevo.
Los obeliscos despuntaron reflejos que capturaban, los hasta el momento, débiles rayos de Sol, que al ser lanzados contra todo reflejo, multiplicaron la Luz del astro, iluminando la Cueva y provocando que los frutos del Cerezo, fueran mostrados a todo aquel que supiera valorarlos.



Bajo un sombrajo precioso, el Padre y la Hija contemplaban como escribía la Madre.

-¿Podemos leer tus textos…?
-Sí, por supuesto.

Así Anita, mientras su familia tomaba asiento bajo el mismo árbol, comenzó leyendo:

Todo acaba de comenzar. Una gran oportunidad se ha abierto, permitiendo que ambos mares se fundan en un único elemento. Es el elemento primigenio. Es el que lo contiene Todo y te permite sentir TODO lo que llevas dentro. Es entonces cuando la pequeña Hada del Bosque, acude a mi encuentro. Es el Hada más hermosa que nadie pueda imaginar. Nos fundimos en un poderoso abrazo. A partir de ahora, jamás nos vamos a separar. Siento como la alegría invade todos mis yoes y como esa gran fortuna que Dios me regaló, va a ser ahora el ancla que nunca volverá a dejarme zozobrar por esos mares, HOY plagados de abundancia, pues en mi sentir, siempre existen dos formas de vivir, una la que me tiene y otra la que me sostiene. Soy así, nunca fui de otro modo. Fue Él Dios, quién creó para mi Ser este Todo. Así en un ahínco por descubrirme, puedo mirarme al espejo y decirme: Estoy aquí. Estoy en Ti. Estoy en cada instante ahí donde me pides que esté. Pues ahora soy Diamante, soy quien sugiere, soy quien mece, soy quien a la Luz de esa Estrella divina de color azul, le otorga Todo por lo que existió.
Me dirijo a la Estrella, a esa Divina Morada, la que me aguarda, para recuperarme del mismo día en que la primavera acabó. Estoy de vuelta, he regresado con quien tanto Amor me dio.
No puedo por más que desear que todo semejante, alcance su lugar y no desistiré en acicalarme, cual esas flores de nuestro jardín, para que cada individuo que acuda a mí, aprenda a desplegar Todos sus pétalos y pueda a su Alma sentirla volar hacia su Hogar.

Hoy estoy completa de mí.

Joanna Escuder