MINERVA, LA LEYENDA Y EL MONTE DE ARARAT


Minerva era una joven, jovial, ingenua y muy sincera que cada día bajaba desde la cumbre en la que habitaba hasta el mismo valle por el que podía bañarse en el Río que cruzaba de parte a parte, la ladera oeste del Monte Ararat. Allí en aquel paraje de espectacular belleza, aprovechaba el tiempo para conectarse con la sabiduría de la Montaña. Era una chica abierta, que guardaba en sí una triste historia, pero en su jovialidad diaria nadie hubiera dicho que una gran desdicha había azotado muy temprano la vida de aquella niña, desde recién nacida.
El Valle, en sus tonos verdes intensos, claros y oscuros, olivados y anaranjados, era único testigo del llanto interior de Minerva. Aquel nombre se lo puso el más alto cargo de una Tribu de alto rango. El Gran Emisario Celeste, a quien todos conocían por el nombre de Ganímedes. Minerva siquiera lo conoció debido a que su nacimiento provocó una fuerte brecha entre dos mundos, el pueblo materno, originarios de Arimatea y el paterno, de Éfeso. No hubo conciliación, de modo que al parir la madre, se produjo una rotura insalvable entre arimateos y efesios.
Para los Efesios aquella niña significaba una gran desdicha. Para los Arimateos un gran regalo de Dios.

-          Mientras la pequeña Minerva esté en manos de las tribus de Arimatea, estamos en peligro – aseguró el joven Adalís ante sus compatriotas de Gobierno – tengo una idea.
-          No veo el por qué una niña tendría que traer tantos malos augurios a nuestro pueblo – expuso Jeremías a los presentes, mostrando su ignorancia por el temor que todos expresaban.
-          Eres ingenuo – le acusó un tercero – ¿no ves que existen razones de sobras como para temer una catástrofe…?
-          ¿Acaso no conoces la Leyenda de Minerva, la Hija de la Montaña de Ararat…? – inquirió esta vez Búkaro mirando de soslayo a Adalís, acusándolo de ignorante.
-          Claro que la conozco, pero sólo es una leyenda y eso no significa que vaya a suceder. Alguien escribió aquella historia y todos nos la hemos creído como una premonición… pero yo me pregunto ¿y si no es así…? – sentenció -. ¿Acaso ninguna de nuestras hijas podrá jamás bajar al Valle por miedo a convertirse en la protagonista de la leyenda?
-          No seas estúpido, ninguna de nuestras hijas es Minerva – le gritó irritado Ylaco.

Se escucharon murmullos entre los representantes del Gobierno de Éfeso, que se habían reunido de forma extraordinaria para tomar decisiones ante el anuncio del nacimiento de Minerva.

-          La Leyenda lo dice alto y claro – se levantó Augustus sujetando el papiro en el que se relataba la Leyenda de Minerva, la Hija de la Montaña de Ararat – . El texto que nos atañe dice así:

“La Montaña será el único testigo de la historia que Minerva traerá consigo. De niña, bajará de la cumbre al río donde se bañará. En el inmenso Valle, ella descubrirá que puede hablar con la Montaña de Ararat y cuando sea joven, penetrará en los confines de una Cueva que la propia Montaña le mostrará. Cuando la joven regrese al Valle, no podrá recordar lo que en el interior de la Montaña se halla. Su misión será conseguir que todos la crean, expresar sin palabras lo que el Corazón de la Montaña guarda, invitar a que otros penetren sin saber el motivo que los impulsa a hacerlo, ser fiel a su alianza con la Montaña hasta que el Sol despunte por la cumbre y ciegue a quienes no cerraron sus ojos. Antes de que se enamore, habrán tenido que penetrar en la Cueva al menos veintidós historias. Si no lo consigue ella y toda su estirpe paterna y materna, será tragada por la propia Montaña, para ser escupidos por el volcán, como castigo por la falta de confianza en la joven Sacerdotisa, quien nacerá investida por la Estirpe de las Nereidas y eso nadie lo podrá negar, pues todas ellas llevan consigo una huella. Si nada lo remedia, ambas Tribus desaparecerán. Para más señas, añadir que las Tribus se enfrentarán, cuando sepan que el Gran Emisario Celeste ha entregado el nombre de Minerva a un bebé recién nacido de madre Arimatea y de padre Efesio. Ganímedes es el único que desciende por la noche y le entrega el mismo nombre al padre y a la madre, para que a la mañana siguiente ambos sepan que son los progenitores de la niña de la Leyenda. Esa es la prueba palpable de que el bebé que está por nacer es la Hija de la Montaña de Ararat. Si alguien osa asesinar a Minerva, será tragado y exterminado de la faz de la tierra”.

Un silencio invadía la habitación que ocupaba en aquellos instantes los miembros del Gobierno que les había tocado, al cabo de siglos ser los testigos de la materialización de aquel oráculo. Algo se les había escapado de las manos. Algo que no comprendían, pues desde el descubrimiento de la leyenda ningún hombre de Éfeso podía yacer con una mujer Arimatea. Este decreto se redactó en su momento y fue pasando de padres a hijos. Era la única forma de tener garantías de que Minerva jamás nacería. Así la leyenda nunca se cumpliría y todos podían vivir tranquilos sin miedo a ser engullidos por la Montaña de Ararat, para desaparecer por siempre jamás.

En tiempos de Estrabón, se promulgaron amenazas a todos los hombres, ofreciendo grandes sumas de dinero a quienes delataran a sus compatriotas en caso de siquiera tener un acercamiento con una mujer de la Tribu de Arimatea. De hecho, tuvo tanto éxito que se tuvieron que suspender las recompensas, ya que tales chivateos llegaron a provocar que las reservas económicas del estado, se vieran duramente afectadas. La fidelidad a las leyes impuestas era tan fuerte y considerable que llegó un momento que se aflojó la vigilancia del cumplimiento de este decreto, pues todo el mundo lo tomaba ya como algo normal, hasta el punto que no tenía que ser controlado. Padres e hijos dejaron incluso de comentar el tema, todos daban por hecho que no habría oportunidad alguna para acercarse a una mujer Arimatea.

El problema yacía en que en la Tribu de Arimatea no estaban de acuerdo en absoluto con esa ley. En ningún caso querían intervenir en el destino de su pueblo y si esa niña tenía que nacer, confiarían en que tras salir de la Cueva lograría cumplir con su misión y si no lo hacía al menos lo habría intentado. Así la guerra entre Arimateos y Efesios se agravó. Era insalvable la brecha que se abrió entre los pueblos.
La leyenda y la reacción de ambas Tribus provocó que Minerva se convirtiera en una fuerza inconsciente, clara e intensa, cuyo poder se filtraba entre generaciones, mientras para unos era bienvenida, para los otros una amenaza de existencia. De una forma u otra, Minerva fue adquiriendo cuerpo. Cada día que pasaba, su presencia era más palpable. Hasta que un buen día, todos estaban preparados para recibirla. Así se obró el milagro. Minerva estaba a punto de ser engendrada…
A todo ello la Montaña de Ararat seguía siendo testigo de los conflictos que los propios humanos creaban en sus vidas, antes siquiera de que ocurriera nada, pues mientras Minerva no encarnara, todo lo anterior sobraba.

Una tarde de otoño, entre un silencio sepulcral, se escuchó el llanto de una bebita. Arimatea lo celebraba. Éfeso entraba en pánico. Unos lloraban, otros maldecían y otros muchos juraban descubrir quien había sido el traidor. Nadie sabía quién era el padre de la pequeña. Nadie. Sólo la madre.
Un soldado del Ejército enviado por el mismo Gobierno, sería el encargado de sonsacarle a la madre la identidad del padre. Quien al ser apresado, sería torturado hasta que pereciera, en manos del propio pueblo, por ser el artífice de su condena.

Las indagaciones, por el momento no habían dado frutos. No hubo forma de que la madre hablara. Los efesios tenían miedo de dañar a la mujer y caer en manos de la maldición, pues el bebé era intocable, pero ¿y si también lo era la madre…? Ese era el rumor que corría y que divulgaban las más viejas y arpías de la tribu. Era mejor creerlas que hacerse el listo y ser tragado por las entrañas de la puta Montaña.
Sarina, la bella mujer que acababa de ser madre, cada día celebraba en silencio, su historia de amor. Desde el mismo día en que se encontró con un hombre que daba tumbos, agotado, apoyado en un antiguo bastón, debió ser en otros tiempos un apuesto Capitán de porte noble y con una gran experiencia en ultramar. Sin pensárselo, acertó a acogerlo en su casa, le sanó las heridas de guerra, le curó una a una las cicatrices de sus piernas. Lo bañó, lo alimentó, lo acarició, lo consoló, lo arrulló entre sus brazos, le cantó dulces canciones con corazón y así fue como juntos, en esa condición que ya no era de dos, sino de uno, engendraron a Minerva. Sin dolor, sólo con la belleza de saber dar con el verdadero amor. Sarina, aún recordaba la mañana en la que al despertar supo el nombre de su bebé y de cómo le tembló la voz, al preguntarle a Irai si a él también le habían dado el nombre del bebé:

-          Creo que somos los padres de Minerva – exclamó él con claro orgullo por traer a esa hija al mundo -. Dime que a ti también te ha dado Ganímedes este nombre.
-          Así es. Minerva, me ha dicho alto y claro. Ella es Minerva. Ámala tanto como yo la amo.

Irai cogió en brazos a Sarina, la volteó. Bailaron. Rieron. Se amaron. No existía fuerza en la Tribu de los Efesios que pudiera ensombrecer la felicidad por aquella noticia. Para Irai su Tribu había muerto con él. Minerva ya no pertenecería a ningún pueblo, pues la unión de dos Tribus rivales, lograba que se resolvieran todos los males. Las Tribus, muy a pesar suyo, se iban a extinguir igual. Eso era lo que los Efesios no comprendían y que a los Arimateos les daba igual.

¿Conseguiría Minerva su propósito…?

La respuesta se halla en otra historia que aún no está acabada…


Joanna Escuder

2 de Noviembre de 2015