Un Capitán sin
Voluntad, sin Bandera y sin Hogar
Ese soy yo. Mi nombre es Irai, soy Capitán pero no
soy tuerto, soy el que tripula esta nave, pero no soy quien elige la dirección.
Cuando mi barco zarpa, hace ruido, gruñe el casco, pues está roído, casi no lo
cuido, pues mi tripulación ni me escucha ni me hace caso ni me permite que sea
yo quien dirija el rumbo. Así, tras desistir en luchar con todos ellos, me
limité a naufragar. En mi bodega encontré un hueco en el que refugiarme los
días de mala mar. Cuando las cosas se ponen feas, yo miro la botella, la cojo
la acaricio, siento el gozo que sus efluvios me da. Bebo y bebo hasta olvidar,
sólo así consigo navegar, aunque sea dando tumbos ocultando la verdad.
Hace mucho, mucho tiempo atrás, fui un joven de
buen ver a quien todos querían bien. Decidía por mí, escrutaba el horizonte y
sabía dónde me tenía que dirigir, hasta que un buen día ocurrió algo que me
distrajo, algo que en breve lograré narraros, ese día me sumergí en mí, en ese
dolor que errante siempre sufrí. Siempre tuve la suerte de dar con alguien que
deseó borrar de mi todo dolor. Yo me he dejado siempre, pero nunca he estado a
la altura de la belleza, pues esta no es miscible con mi locura.
Y ahí me encuentro, esclavo de mis lamentos, sumiso
a mis pensamientos, cobarde ante un futuro incierto. He decidido escribir un
Cuaderno, a ver si dejando en él los recuerdos, consigo librarme de este
lacerante instrumento, todos quieren que aprenda a tocar el Arpa y que encima
acompañe la música con mis versos.
Imposible, yo no sirvo para eso, mi belleza está
oculta y sólo puede verse en mis sueños.
*******
MI CUADERNO DE BITÁCORA
Día Primero - LA
MUERTE
Las olas cubrían el casco de tal forma y con tal
violencia, que en cada vaivén, una poderosa fuerza provocaba que la nave se
inclinase con tal intensidad, que el agua inundaba ya la cubierta provocando
que tanto los mozos, como los maestros astilleros, así como los de gobernanza,
y los artificieros de guerra, estuvieran a una en asegurar que iban a naufragar.
El Capitán acudió desde el fondo de la taberna de la bodega, borracho dando
gritos de guerra, creyendo que el huracán estaba provocado por el enemigo, y
que si acababan con ellos, el viento amainaría, también lo haría la marea y
todos estarían de nuevo a salvo. Tanta era su locura, sus gritos y su amargura,
que se convirtió en un Capitán incapaz de gobernar la nave, la misma que en
teoría tenía que llevarlo a buen puerto si asumía su responsabilidad.
Un joven mozo, a quien todos tomaban por un esclavo
- incluso azotándolo cada uno a su antojo - fue el único en apiadarse del
embriagado Capitán, que más que un gobernante parecía un atrofiado estandarte
de fragilidad, inoperante, arrogante, insolvente e incapacitado para nada más
que para continuar atrapado en su estúpido quejido, por algo tan banal que
siquiera valía la pena escuchar.
Así el mozo, agarró al Capitán y mientras todos
estaban entretenidos intentando navegar entre la tempestad, ellos se lanzaron
al mar, sin más.
Nadie se había dado cuenta de ello, durante días enteros,
nadie los echó en falta, durante todo ese tiempo, nadie advirtió que en aquel
barco ya no habitaba ni esclavo, ni Capitán, sólo quedaban unos cuantos
interesados en conseguir vencer al huracán que azotaba aquel mar.
Al cabo de mucho tiempo, alguien distinguió una
nave a la deriva que pronto alcanzaría la costa donde se encontraban un padre y
un hijo. Un padre vestido de Capitán y un hijo encadenado como si se tratara de
un esclavo.
Alguien escuchó las cadenas del muchacho, ser arrastradas
a lo largo de la costa con el fin de otear el horizonte, por donde se comenzaba
a distinguir el bote. Alguien escuchó bramar al padre, maldiciendo el ataque
que estaba a punto de producirse, al verse invadido por aquel barco desconocido
que se acercaba a tierra firme.
Los gritos del Capitán alertaron a todos los
animales de la isla, los pájaros levantaron el vuelo, los zorros corrieron a
cobijarse, los osos se ocultaron en sus cuevas, los lagartos se quedaron
inmóviles como si no existieran y los pescados saltaron y saltaron celebrando
que un barco acudiera.
¿Y os preguntaréis quién soy? Soy la marea que
vestida de espuma y de ola, azoté al barco para que se hundiera, obligué al
esclavo a que con su padre el borracho, viviera, vacié la nave de inservibles
hombres que sólo deseaban que sus victorias fueran contadas en todas las
tierras, creyéndose invencibles, yo los hundí a todos, no quedó nadie, porque
soy la muerte.
Así el casco de la nave zozobraba cuando alcanzó
tierra firme y esto fue lo que pasó…
*******
Día Segundo - EL
DOLOR DE LA MEMORIA
El padre aterrorizado insistía para que el esclavo le
hiciera caso:
-
No subas!!! – le gritaba, mientras el joven ya
se encontraba trepando las fustas resbaladizas por las algas de los restos del
barco que en su día abandonaran.
Tras muchos intentos consiguió saltar al interior y
tan pronto como pisó el suelo, una exclamación se escuchó.
-
¿Qué ocurre…? Vuelve!!! Déjalo!!! Vámonos de
aquí!!!
-
Vamos, sube!!! - le animó el hijo - No hay
peligro.
El asustado Capitán recordó por unos instantes que
si subía de nuevo a la nave podría volver a ostentar el título perdido y el
único que le hacía sentirse valeroso ante el mundo. Así que confiando en el
esclavo niño, se adentró en el mar y nadando con destreza alcanzó el barco. El
joven, en su habilidad por ayudar, le había lanzado una cuerda para que no
tuviera tanta dificultad. Al poner los pies en el suelo otra exclamación se
escuchó de labios del nuevo polizón.
Para sorpresa de ambos, todo, absolutamente todo,
estaba intacto. Tal y como lo dejaron antes de abandonarlo. No se lo podían
creer ¿qué había ocurrido ahí? Parecía que no podía ser. ¿Dónde estaban todos…?
¿Dónde quedaban los rastros del destrozo que el huracán habría ocasionado? No
se podía ver ni rastro. Todo estaba recogido, en perfectas condiciones, las
sogas, los remos, las palancas, el ancla, los rastreles, las fustas y hasta el timonel. El Capitán se puso firme y
con actitud de mandamás descendió por las escaleras hasta la bodega.
-
Ja – se escuchó y a partir de ese momento sólo
sueño e ilusión.
Al ver el esclavo que el Capitán no regresaba,
bajó, encontrándoselo de nuevo ebrio de tanto vino y otros tipos de alcohol.
Allí tirado en el suelo, el Capitán hacía ningún honor a su título, pues tenía
la costumbre de perder la actitud, tan pronto el escenario lo transportaba al
pasado.
-
Vamos!!! Déjalo!!! Tenemos que irnos – le
sugirió el joven, sufriendo por la ineptitud del Capitán.
-
Coge las barricas, llena todas las botellas, no
me iré de aquí sin estos espirituosos y aromáticos brebajes, los únicos que de
aires y bellos trajes, me permiten recordar los días en los que los mensajes
que aún estaban por llegar, me decían que el barco jamás iba a naufragar.
De repente el Capitán se puso solemne y en esa
solemnidad se dispuso a recitar:
Pasamos juntos toda la velada, en
la playa, tumbados con la mirada posada en la increíble fuente de inspiración
que ambos teníamos. Mirábamos a Orión, la Constelación de los Maestros de todos
quienes a sus alumnos desean ver crecer. Sabes… tú eras mi Maestro y yo en
ocasiones, tu Juez, deseábamos lo mismo pero no lo sabíamos ver. Quizás alguna
vez, en algún horizonte, donde me quieras volver a ver, te hallaré, te pediré
que me lances destellos de los días y noches que juntos pasamos embelesados,
tumbados con la mirada posada en la increíble fuente de inspiración que ambos
teníamos. En el Cinturón de la Constelación tejimos nuestra poderosa relación,
ambos siendo uno, siendo Maestro y Alumno. Allí en ese lugar sin tierra y sin
nombre, nos abrazaremos otra vez, viviremos de nuevo como si fuera este nuestro
único propósito. No volveré a separarme de ti, para transitar por mares
huracanados que me hacen zozobrar y recordarme que sin ti estoy muerto. Hoy aquí
hallaré la paz, refugiado en el espíritu que esta copa me da. Bebo para olvidar,
pero no para olvidarte a ti, ni para olvidar quien fui, ni siquiera para
olvidar algo que viví, bebo para olvidar que olvidando la sed me acerca más al
Maestro con el que crecí. Pues es la sed el motivo de mi desesperación, es lo
único que me da y me quita amor. Soy el alumno que cogió El Cuneum, el mismo
que un lejano día quedó perdido en el desierto. Lo vivo, lo sé y lo siento.
Miró a Orión y veo sus destellos. Mi fuente de inspiración, mi falacia, mi
verdad, mi muerte y todos mis deseos…
-
Pero padre…!!! – le interrumpió el joven
asustado por aquel trance que estaba sufriendo el Capitán -. ¿Qué ocurre…? ¿Qué
estás diciendo…? No se te entiende… ¿Te encuentras bien…?
Así el padre vivía una y otra vez, el amor del
Maestro que le fue arrebatado con la violencia de un huracán, el viejo esclavo
no comprendía que era lo que los labios del Capitán decían.
¿Y os preguntaréis quién soy? Pues soy quién se
viste de melancolía, soy el recuerdo visceral de aquello que de tu corazón no
puedes desatascar. Soy quién te envuelve de la vida el pasado, para que pongas
en mis manos la sinceridad de tus abrazos, así podré conducirte hasta la
locura, para que tú mismo puedas ver en ti, tu propia polaridad, la de odiar y
la de amar.
*******
Día Tercero - LA
BÚSQUEDA INTERIOR
Por vez primera el Capitán, tras haber cogido del
barco su arsenal etílico y cuatro cosas más que le serían útiles en tierra
firme, se decidió a penetrar en la espesura de la selva que se encontraba
cuando te alejabas de la playa en dirección al interior de la isla. Su noble y
fiel esclavo lo siguió sin siquiera atreverse a preguntar a donde iban, pues
era tal la novedad que no quiso interrumpirla. A golpe de hacha se abrió paso,
sesgando de cuajo los ramajes que le impedían penetrar más y más entre la
invisibilidad. Entre hachazo y hachazo podía escucharse como alados pájaros se
asustaban, abandonando las ramas en las que reposaban. Algunos renacuajos daban
saltos altos y largos, alejándose también de aquel extraño Capitán sin barco. De
repente, vaciló, vaciló inquieto, pues le pareció escuchar un sonido nuevo.
Pidió silencio a su acompañante, quien no osó romper el encanto de aquel vacío
de risas, gritos y truenos al que su padre lo tenía acostumbrado.
Sigilosos, se dirigieron con precaución hacía la
zona norte, dirección por la que parecía haberse escuchado una dulce expresión,
emitida por algún desconocido. Poco a poco se acercaron a un lugar en el que
cesaba la vegetación y se abría paso un ancho canal. Se trataba de un río cuyas
aguas transparentes parecían conducir una corriente exenta de agresividad y
plena de mucha vida por vivir.
De repente otra vez aquel gemido. Escrutaron bien
el canal. Las aguas trascurrían a muy baja velocidad, no existía ningún
peligro. Eran hombres que conocían el mar, pero no sabían nada de ríos. Aun así
quisieron averiguar el motivo de aquellos leves quejidos.
Sin nadie esperárselo, el Capitán dio un brinco
acompañado de un grito entrecortado, debido al susto que se había dado. Alguien
había rozado su mano. Se giró para averiguar quién lo había tocado.
En el suelo había una jovencita totalmente desnuda
que parecía haberse quedado allí dormida durante días y días. Estaba
despertando, había estado soñando, su piel delataba que a Selene había dormido abrazada.
-
¿Quién eres? – atinó a preguntar el Capitán con
cara de sorpresa, mientras el esclavo no cesaba de escrutar a aquella damisela
incierta.
-
Soy Iria. ¿Y tú…? – preguntó mirando al chico y
después al mayor.
-
Soy Irai y él es un pequeño astuto que siempre
está ahí para ayudar… - confesó por primera vez, dándole su lugar al pequeño
acompañante.
-
¿Tú no tienes nombre…?
-
No, hasta el día de hoy no, nunca nadie me ha
nombrado, nunca antes se me ha identificado, nunca hasta hoy, el día en el que
te hemos encontrado.
-
Que extraño!!! ¿Puedo ponértelo yo…?
-
Si claro – exclamó, mirando y pidiéndole permiso
al Capitán quien asintió.
-
Te llamarás Iari – decidió encantada por poder
nombrar a aquel simpático joven.
-
Oooh!!! Qué bonito!!! IARI, me gusta….
Eeeeehhhhh Soy I a r i…. escucháissssss, soooooy I a r i, tengo nombre por
primera vez, tengo nombreeeeee. Capitán, por favor, llámeme – le rogó como si fuera
un niño pequeño que acabara de descubrir algo desconocido y que le hacía mucha
ilusión.
Irai, miró al joven esclavo y se dio cuenta rápido
de algo. Las cadenas de sus pies se habían roto. Nada atrapaba sus
extremidades, ahora podría correr. Entonces le entró un temor irascible. No
podía ser. ¿Y si a Iari se le ocurría escaparse y dejarlo solo para siempre…?
¿Y si tras ser un hombre libre, ya no quería saber nada de él…? No, ni hablar,
no lo iba a llamar. No estaba dispuesto a decir su nombre. Se negaba a
participar de aquella encerrona. Cerró sus labios con fuerza y la negación a
romper una creencia se apoderó de todo su ser. El Capitán de nuevo comenzó a
enloquecer. Odiaba al joven, odiaba a la desnuda mujer, odia la selva, el río y
el bosque, odiaba todo lo que le obligaba a llegar a un lugar que no
controlaba. Se negó rotundamente y negando odió.
-
Capitán, llámeme por favor – continuaba
rogándole el chico, que comenzaba a comprender que el Capitán jamás le daría su
sitio.
Fue entonces cuando Iria habló, lo hizo con amor,
no te preocupes, para llamarte ya estoy yo. Así Iria comenzó a dar gritos
desnuda por la orilla del río.
-
IARI –IARI –IARI –IARI –IARI!!!!
A lo que Iari comenzó a correr tras ella, dándose
cuenta de que era un ser libre. Sin darse cuenta por vez primera se había
alejado lo suficiente del Capitán como para perderlo de vista.
El hacha del Capitán golpeaba sin sentido la
vegetación, esta vez nadie trazaba el camino, esta vez no sabía volver, esta
vez, por más que quiso se negó a llamar a su compañero de viaje.
Sólo tenía que haberse atrevido a decir IARI. No lo
haría.
¿Y os preguntaréis quién soy? Pues soy el orgullo,
la vanidad, el temor a la verdad, soy quien vela para que no consigas ver. Soy
quién no desfallece en atrapar tu ser, sólo con la consigna de que me abandones
de una vez. El día que lo consigas te enseñaré, te mostraré todo lo que te perdiste
por no querer deshacerte de mí. Soy la ceguera de tu Ser.
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Día Cuarto - LA
ELECCIÓN
En la pocilga de habitación en la que dormía Irai,
dos hermanas que lo contemplaban, podían escuchar los molestos ronquidos que el
ya viejo Capitán daba. Su barba estaba sucia y enmarañada por el salitre del
lugar. Su pelo negro, rizado y encrespado, además de sucio y ajado, le cubría
el rostro, de forma que entre barba y cabello nadie podría reconocerlo.
Cuando la joven Auruk le sopló con suavidad al
embriagado sobre el rostro, éste dio un manotazo creyendo que eran moscas
quienes le importunaban. Auruk insistió divertida. Le pareció un juego molestar
a aquel viejo que desde hacía un tiempo habían descubierto, pese a que él
todavía no las había visto nunca.
Su hermana Diason le advirtió para que si se
despertaba de golpe, comenzaran a correr, pues casi seguro que sería un peligroso
ogro. Auruk, rió ante el miedo de su hermana, siempre era lo mismo, ella quería
jugar y su hermana sólo quería esconderse por culpa de sus miedos. Si Auruk
hubiera hecho caso de Diason, nunca habría conocido la magia que se hallaba
escondida en aquella interesante isla, ni tampoco sabría nada de todas las
maravillas que en ella vivían, entre otros hallazgos, el Viejo Capitán era una
gran joya.
Las hermanas, que se habían alejado del poblado más
de la cuenta, eran hijas de un enigmático señor, de nombre Oridón, que se había
convertido en Rey de forma ilegítima, o al menos eso decían las malas lenguas,
pues parece ser que el reinado era para Diporo, su hermano mayor. Ellas, en su
ignorancia no sabían cómo había sido finalmente su padre, el señor coronado en
contra de toda la población. A Auruk no le importaba nada, pero a Diason le
importaba mucho conocer el motivo del porque ellas se habían convertido en
Princesas. Eso significaba mucho, pero parecía ser que a la hermana pequeña le
seguía importando muy poco. Tanto era así que en lugar de comportarse como una
Princesa que era, se dedicaba a escaparse del poblado y a jugar a despertar a
un feo y sucio soldado, loco y borracho que dormía como un tronco, se
despertaba para beber más y se volvía a tumbar. Para Diason, el Capitán era un
estorbo, porque además de inútil, era un auténtico vago.
Como a Auruk aquel pobre desgraciado le daba pena,
siempre que podían le llevaban comida recién hecha, se la dejaban cerca, la
hermana pequeña lo molestaba hasta despertarlo y salían huyendo antes de que el
Capitán las viera. Así con este juego, hacía semanas, quizás meses que las
hermanas alimentaban y cuidaban a Irai.
De repente, la poderosa mano del Capitán sujetó la
delicada y frágil muñeca de Auruk que dejó de reír en seco. Diason lanzó un
grito entrecortado, quedándose inmovilizada por el pánico. El viejo se puso en
pie, parecía que había estado disimulando que estaba borracho y dormido, pues
al levantarse se le podía ver muy despierto. Los desorbitados ojos eran lo
único que se podía destacar de su rostro.
-
Son ojos de ogro, te lo dije – exclamó Diason a
su hermana – estamos perdidas.
Auruk siquiera peleaba para que el Capitán la
soltara, solamente lo miraba fijamente a su cara, escrutando sus oscuros ojos
que parecían vivir en lejanos sueños, creados con historias de todos los
puertos en los que a lo largo de sus vidas había atracado. Así tras que Auruk
se diera cuenta de ello, y sabiendo que el Capitán jamás le haría ningún daño
ni a ella ni a su hermana, dijo:
-
Mi Capitán – expresó con voz de soldado que se
dirige a su superior – me recuerda…? Soy Auruk una de sus pupilas.
Al escuchar aquello el Capitán no dudó en aflojar
la presión sobre el brazo de la niña. Recordó. Se fue lejano y al hacerlo una
lágrima rodó por su mejilla, mojando su barba.
-
Sí, claro que me acuerdo de ti. Te recogí en
Eontes, en aquel lúgubre pueblacho marinero. Eras esclava de Armices, un
estúpido y engreído que sólo quería dinero para hacerse un castillo. Te rescaté
de sus brazos y te subí a mi barco, juntos zarpamos y siempre me traías comida
cuando dormía. Llevo días soñando contigo. Te perdí el mismo día que atracamos
en una gran bahía y conociste a aquel otro marinero, que parecía más
interesante y amoroso que yo, aquel cuyo nombre portaba blasón. Así me
abandonaste para siempre, pero yo nunca me olvidé de ti.
-
Siiiii, te acuerdas, veo que te acuerdas!!! –
celebró Auruk el reencuentro mientras su hermana la miraba extrañada, de
soslayo -. Aunque tengo que confesarte que aquel marinero del que me enamoré,
decidió zarpar con su nave y me negué a ir con él. Aunque estuve fuertemente
enamorada de él, no conseguí seguir sus pasos. Siempre tengo a Serapis en mi
corazón, cuando lo nombro todavía siento como palpito de puro amor.
Diason, advirtió que aquel encuentro era cosa de
ellos dos y que ella parecía no tener cabida en la conversación. Escuchó como
Auruk e Irai reían juntos, recordaban episodios marineros que solamente ellos
habían vivido. Se abrazaban, se reían, hacían memoria de todos sus días juntos,
inseparables, hasta que de nuevo la vida los había unido en un escenario que
reproducía a la perfección su mundo, para que ambos se reconociesen. Eran como
padre e hija, inseparables, únicos. Tenían tal complicidad que pese a que el
carácter, los malos modos, los malos hábitos, las malas decisiones los hubieran
enfrentado, siempre uno tenía un hermoso lugar preparado para el otro. No les
importaba nada más, sólo importaba su complicidad.
Para Diason aquello era único, pero también difícil
de encajar, pues cuando observaba a “padre” e “hija”, se daba cuenta de la
riqueza pero también de la infantilidad. Tenía que hacer algo para que aquello
remontara y para que sin romper esa unión, ambos se elevaran, dejando de
quedarse estancados en una realidad que sólo los nutría de las aventuras del
pasado. Sería muy difícil acceder al Laberinto de aquellas Almas, para proceder
a virar hacia un nuevo horizonte.
Diason tuvo una idea. Se fue a la playa. Observó
desde la orilla, el casco de un barco a la deriva. Lo supo. Supo que ahí estaba
la solución. Tenía que hacer algo para recuperar aquel barco. Tenía que darles
una interesante motivación a aquel par de dos, que sólo se moverían de su
pasado, si se volvían a montar en el barco con la intención de surcar de nuevo
el mar y revivir aventuras en cada puerto que estaba todavía por descubrir. Allí
actuaría ella. Conduciéndolos a un lugar que nunca antes habían habitado.
Diason regresó a la habitación del Capitán, Auruk y
él todavía reían recordando historias que guardaban en su corazón y expresaban
con sus labios, llenándolos a ambos de amor.
Los llamó:
-
Auruk!!! Irai!!! Venid, rápido, tengo una idea.
¿Y os preguntaréis quién soy? Soy la polaridad, la
que consiente y alimenta lo único que conoce y también soy, la que despierta,
sueña con descubrir nuevos horizontes, soy ambas y soy la misma, soy quien tú decidas.
¿Y sabes por qué? Porque te obligaré a que vivas con quien de nosotras elijas,
hasta que decidas quien vive y quien muere cada día, en el camino de la vida.
*******
Día Quinto - EL
DESTINO
Hacía ya meses que el barco había zarpado de la
isla. El Capitán se había rasurado la barba, se había peinado y se había
vestido de nuevo con el traje que desde que se lanzara al agua un buen día, no
le había servido de nada. Con él habían subido las hermanas, la encantadora
Auruk y la inquietante Diason. Ninguna de ellas, había querido ser Princesa de
un poblado que rechazaba su falsa condición de princesas. Si su padre en
realidad no era Rey siquiera por méritos propios, ni por sangre ni por elección
popular, no querían saber nada de aquel título nobiliario que las obligaba a
ser algo, que en realidad no eran. A Diason aquella rebeldía en el fondo le
daba miedo, pero también en el fondo reconocía que el poblado y la isla no eran
tan interesantes como aquello que pudieran descubrir en extraordinarios viajes
por alta mar. Diason tenía escondidas algunas ideas para aportar al viaje y que
no se repitiera una y otra vez, el hecho de que su hermana se convirtiera por
elección propia en esclava, pupila o discípula de un señor, por muy Capitán que
dijera ser.
De repente, el Capitán levantó la mano, se colocó
en el timón, dio las órdenes pertinentes para virar hacia tierra firme. Señaló
un lugar que parecía no conocer y hacia allí enfocó la proa de la nave,
haciendo que la quilla se colocara en dirección al puerto elegido. Diason
sonrió para sus adentros, lo había conseguido. Había logrado engañar al
Capitán, creando una ilusión de que en aquella dirección se hallaba el mejor
lugar en el que anclar. Ambas hermanas mostraron un gran entusiasmo, pues por
primera vez, atracarían en un puerto cuya vida estaba por descubrir. Por
primera vez, Diason tendría la oportunidad de descubrirse a sí misma, algo que
le había sido vetado durante vidas y vidas, a ella nadie nunca antes, le había
dado un lugar para expresarse. Ese sería su momento.
Al acercarse el barco al puerto, algo ocurrió que
provocó que tanto el Capitán como su declarada pupila Auruk, comenzaran a
temblar de miedo, a lo que Diason rió, pues se habían girado las tornas. Ahora
eran ellos los que temían y era ella la única que agradecía aquella ocasión. No
le importaba penetrar en un terreno desconocido, pues eso le abría
oportunidades increíbles que le ofrecían la posibilidad de saber más de sí
misma y no de continuar dando vueltas sobre algo que en nada la enriquecía.
-
¿Os pasa algo…chicos…? – quiso saber, mirando de
soslayo a sus temerosos acompañantes.
Aquel puerto era un lugar extraño, era verdad,
parecía hostil, pero no era así. A simple vista se temía penetrar en un lugar
ajeno en el que no habría forma de encajar. Todo mentira, todo paranoia de una
mente vulgar, que no quiere abandonar un pasado de ebriedad. Al menos eso era
lo que Diason sentía, y que tanto la había impedido avanzar hacia otras formas
de vida.
Estaba harta de las directrices de aquel Capitán.
No soportaba por más tiempo su hedor a alcohol, su pequeña visión, su forma de
gobernar una nave, su pequeñez, su estupidez, no soportaba que no dejara a
nadie crecer. O mandaba él, o no había quien gobernara el barco. O siempre
tenía un esclavo a quién dominar o no tenía sentido ejercer de Capitán. Era un
mando caducado que no quería dejar de vestir un traje que le iba grande. Auruk
era una pupila enfermiza, que sólo alimentaba a aquel tipo de padre, porque no
quería crecer. Lo peor estaba por venir. Diason era la única que sabía lo que iba
a volver a ocurrir.
En aquel puerto vivía el primer amor de Auruk, el
sabio Serapis, el mismo que provocó que un buen día ella dejara el barco del
Capitán y se marchara a conocer mejor a aquel joven y atractivo marinero cuyas
enseñanzas se hallaban tras navegar y atreverse a penetrar en lejanos y
desconocidos puertos, a los que Auruk se negó a llegar. Tenía que volver a
suceder. Diason intuyó el puerto hacia el que tenían que navegar, para que se
repitiera la separación con el Capitán y la unión con el verdadero Maestro. Entonces
ocurriría lo inevitable. Algo moriría definitivamente y para siempre, o bien
algo se elevaría y comprendería por vez primera que no podía seguir anclado en
un poder caducado.
Era el momento de ver si el Capitán transformaría
su actitud definitivamente o bien moriría, acabando con aquel dolor que tanto
le laceraba el Alma.
¿Y os preguntaréis quién soy? Soy quien decide
hacia donde encaminar tu vida, cuando ya de vida no tiene nada, soy quien
determina un final inevitable, soy tu destino, soy quien desde el inconsciente,
dirige tu camino. Soy así de traicionera, actúo cuando menos te lo esperas. El
fin está ya muy cerca, he decidido que ya no tengo más paciencia.
*******
Día Sexto - LA
OPORTUNIDAD
El hospedaje elegido dejaba mucho que desear, no
era precisamente limpio, ni siquiera nuevo y cuidado, más bien todo lo
contrario, afín a un Capitán que sólo deseaba sentir que volvía a tener veinte
años. Auruk se sentía espléndida. Con picardía Diason le pidió que se vistiera
y se arreglara con sus mejores galas. La hermana tenía un plan guardado bajo la
manga, iba a provocar que Auruk y Beston se encontraran de nuevo. El primer
amor, era siempre el amor verdadero y ese cuando separados se madura, luego
cuando se junta, vibra de nuevo. Así Diason tenía claro que cuando Auruk
volviera a sentir a Beston, todo habría acabado, la esclavitud se convertiría
en dedicación y el amor que había entre los dos, delataría la verdad que
siempre su hermana había guardado en lo profundo de su corazón. Así, sólo así
Diason sería libre para vivir todo lo que se había perdido y así sólo así el
Capitán sería feliz, aprendiendo a vestir un traje nuevo y a librarse de ese
rol de falso jefe que siquiera ejerce, pues no tendrá ya ninguna tripulación.
Algo debía sospechar Irai, que cuando vio a las
hermanas salir tan guapas de su habitación, comenzó a temblar de puro temor.
-
¿Dónde creéis que vais…? – les gritó denotando
un visible enfado.
-
Salimos a dar una vuelta por los alrededores de
la estación. Nos han dicho que por allí hay buen ambiente, pero sólo es para
jóvenes. Ves a dormir, mañana nos vemos – le contestó Diason al viejo marinero
que se quedó estupefacto por la actitud de mando que había tenido la joven.
Auruk no osó mediar palabra, su hermana lo había
dicho todo, mientras le apretaba el brazo, amenazándola para que no hablara.
-
Pero no podéis dejarme aquí solo. Puedo ir con
vosotras – dijo en un intento de hacerse un hueco en aquel paseo por el nuevo
puerto.
-
No, quédate, preferimos ir solas. Si nos
acompañas, asustarás a cualquier posible pretendiente – aclaró Diason dejando
claro que con aquel paseo había una intención.
Así, sin más, sonrió al Capitán, se dio la vuelta y
tirando de su hermana se alejaron del hostal, al girar por la primera calle,
Irai las perdió de vista para siempre.
Habían pasado varios meses, quizás algunos años
desde que las hermanas dejaran al Capitán solo a su suerte. De ellas nadie
sabía nada, de él estaban hasta las narices todos los vecinos de los
alrededores de un típico burdel.
-
¿Quieres ser mi amante…? – escuchó decir a
alguien, una señora que pasaba por allí.
Se trataba de un anciano de origen efesio, quien totalmente
ebrio, le hacía aquella propuesta a una de las prostitutas que trabajaban para
la Madame.
La señora, que era ajena a aquel tipo de mujeres y
escenas, se indignó por que hubiera señores tan poco galantes con las mujeres.
-
Señor!!! – le llamó – es usted un maleducado, no
se le habla así a una mujer por muy puta que sea – le intentó acallar con
talante de mujer espectacular.
Irai se giró rápido, era la primera vez que una
mujer le hablaba de ese modo, él sólo conocía relaciones con jóvenes esclavas o
con putas que le hacían la cama, jamás conoció a una verdadera dama. Eso lo
acojonó.
Así muerto de miedo, se acicaló el pelo de forma vulgar
y se dirigió a la dama para estrecharle la mano y presentarse. Tenía la
oportunidad de conocer a una gran mujer.
La señora al ver al anciano tambaleándose dirigirse
hacia ella, se apiadó de su vulnerabilidad y sin pensárselo, lo sujetó antes de
que cayera de bruces al suelo.
La hermosa Sarina pidió ayuda y entre algunos
vecinos lograron llevar a Irai hasta su habitación. Lo desnudaron, lo bañaron,
lo afeitaron, lo vistieron con ropa limpia y lo dejaron dormir hasta que los
efectos del alcohol se desvanecieran.
Sarina había cogido una silla y se había sentado a
la vera de su cama. Estaba dispuesta a darle una oportunidad a aquel Capitán
que desde antaño, se negaba a coger el mando y mandar como era debido.
Mientras el Capitán dormía, Sarina había elegido un
libro, había decidido leerle al moribundo al oído. El libro elegido se titulaba
“Los Arcanos Astros”. Comenzaba así:
Fue el mismo Zeus, quién dio claras instrucciones al pequeño Abdalil,
quien escrutaba el Cielo junto a su Maestro, Serapis Bey…
Se escuchó a Irai removerse entre las sábanas, como
si la lectura le agradara.
¿Y os preguntaréis quién soy? Soy la oportunidad,
la belleza, la bondad, soy quien cuando dormido estás, te recuerdo tu lamento,
te canto la canción de tu alma, para que nunca te olvides de quién en realidad
fuiste, así cuando despiertes, podrás saber tu nombre y cuando al Cielo mires,
podrás recordar toda la sabiduría que en su día conociste y que quisiste
olvidar, de este modo tus huellas en el desierto aparecerán, para no volverse a
borrar jamás.
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Día Séptimo - EL
RENACIMIENTO
Respiré. Un vacío enorme quedó impregnado en todo
mí Ser. Respiré. Pude sentir como algo tomaba consciencia de sí. Respiré.
Respiré hondo y profundo, sin olvidarme de la muerte, ni del dolor de la
memoria que me hizo sentir mi mundo. Respiré. Buscándome, caminé, excavando en
todos los rincones de mi alma, respiré. respiré eligiendo y viviendo aquello
que mi elección me aportó, dirigiéndome a mi destino, fraguando cada día el
camino, creando la oportunidad de renacer, y así paso a paso, renací. Respiré
al ver alzarse en el horizonte aquel bello amanecer. Le di la mano, me
entregué, respirando con inspiraciones profundas hasta que como un bebé, lloré,
acababa de nacer.
Aquí estoy con el cuneum dispuesto para escribir
este séptimo día, sabiendo que jamás perdí a mi Maestro, sabiendo que el
despertar era la respuesta a mis lamentos…
Si estáis atentos podréis comprender mi historia…
Este hueco en el texto es para que el lector escriba su
propio renacimiento, de su puño y letra, en su momento, con el calor del fuego
que su ser tiene encendido para que puedan encontrarse.
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