UN CAPITÁN SIN VOLUNTAD, SIN BANDERA Y SIN HOGAR



Un Capitán sin Voluntad, sin Bandera y sin Hogar

Ese soy yo. Mi nombre es Irai, soy Capitán pero no soy tuerto, soy el que tripula esta nave, pero no soy quien elige la dirección. Cuando mi barco zarpa, hace ruido, gruñe el casco, pues está roído, casi no lo cuido, pues mi tripulación ni me escucha ni me hace caso ni me permite que sea yo quien dirija el rumbo. Así, tras desistir en luchar con todos ellos, me limité a naufragar. En mi bodega encontré un hueco en el que refugiarme los días de mala mar. Cuando las cosas se ponen feas, yo miro la botella, la cojo la acaricio, siento el gozo que sus efluvios me da. Bebo y bebo hasta olvidar, sólo así consigo navegar, aunque sea dando tumbos ocultando la verdad.

Hace mucho, mucho tiempo atrás, fui un joven de buen ver a quien todos querían bien. Decidía por mí, escrutaba el horizonte y sabía dónde me tenía que dirigir, hasta que un buen día ocurrió algo que me distrajo, algo que en breve lograré narraros, ese día me sumergí en mí, en ese dolor que errante siempre sufrí. Siempre tuve la suerte de dar con alguien que deseó borrar de mi todo dolor. Yo me he dejado siempre, pero nunca he estado a la altura de la belleza, pues esta no es miscible con mi locura.

Y ahí me encuentro, esclavo de mis lamentos, sumiso a mis pensamientos, cobarde ante un futuro incierto. He decidido escribir un Cuaderno, a ver si dejando en él los recuerdos, consigo librarme de este lacerante instrumento, todos quieren que aprenda a tocar el Arpa y que encima acompañe la música con mis versos.

Imposible, yo no sirvo para eso, mi belleza está oculta y sólo puede verse en mis sueños.


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MI CUADERNO DE BITÁCORA

Día Primero - LA MUERTE

Las olas cubrían el casco de tal forma y con tal violencia, que en cada vaivén, una poderosa fuerza provocaba que la nave se inclinase con tal intensidad, que el agua inundaba ya la cubierta provocando que tanto los mozos, como los maestros astilleros, así como los de gobernanza, y los artificieros de guerra, estuvieran a una en asegurar que iban a naufragar. El Capitán acudió desde el fondo de la taberna de la bodega, borracho dando gritos de guerra, creyendo que el huracán estaba provocado por el enemigo, y que si acababan con ellos, el viento amainaría, también lo haría la marea y todos estarían de nuevo a salvo. Tanta era su locura, sus gritos y su amargura, que se convirtió en un Capitán incapaz de gobernar la nave, la misma que en teoría tenía que llevarlo a buen puerto si asumía su responsabilidad.
Un joven mozo, a quien todos tomaban por un esclavo - incluso azotándolo cada uno a su antojo - fue el único en apiadarse del embriagado Capitán, que más que un gobernante parecía un atrofiado estandarte de fragilidad, inoperante, arrogante, insolvente e incapacitado para nada más que para continuar atrapado en su estúpido quejido, por algo tan banal que siquiera valía la pena escuchar.
Así el mozo, agarró al Capitán y mientras todos estaban entretenidos intentando navegar entre la tempestad, ellos se lanzaron al mar, sin más.
Nadie se había dado cuenta de ello, durante días enteros, nadie los echó en falta, durante todo ese tiempo, nadie advirtió que en aquel barco ya no habitaba ni esclavo, ni Capitán, sólo quedaban unos cuantos interesados en conseguir vencer al huracán que azotaba aquel mar.

Al cabo de mucho tiempo, alguien distinguió una nave a la deriva que pronto alcanzaría la costa donde se encontraban un padre y un hijo. Un padre vestido de Capitán y un hijo encadenado como si se tratara de un esclavo.
Alguien escuchó las cadenas del muchacho, ser arrastradas a lo largo de la costa con el fin de otear el horizonte, por donde se comenzaba a distinguir el bote. Alguien escuchó bramar al padre, maldiciendo el ataque que estaba a punto de producirse, al verse invadido por aquel barco desconocido que se acercaba a tierra firme.

Los gritos del Capitán alertaron a todos los animales de la isla, los pájaros levantaron el vuelo, los zorros corrieron a cobijarse, los osos se ocultaron en sus cuevas, los lagartos se quedaron inmóviles como si no existieran y los pescados saltaron y saltaron celebrando que un barco acudiera.

¿Y os preguntaréis quién soy? Soy la marea que vestida de espuma y de ola, azoté al barco para que se hundiera, obligué al esclavo a que con su padre el borracho, viviera, vacié la nave de inservibles hombres que sólo deseaban que sus victorias fueran contadas en todas las tierras, creyéndose invencibles, yo los hundí a todos, no quedó nadie, porque soy la muerte.
Así el casco de la nave zozobraba cuando alcanzó tierra firme y esto fue lo que pasó…


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Día Segundo - EL DOLOR DE LA MEMORIA

El padre aterrorizado insistía para que el esclavo le hiciera caso:

-          No subas!!! – le gritaba, mientras el joven ya se encontraba trepando las fustas resbaladizas por las algas de los restos del barco que en su día abandonaran.

Tras muchos intentos consiguió saltar al interior y tan pronto como pisó el suelo, una exclamación se escuchó.

-          ¿Qué ocurre…? Vuelve!!! Déjalo!!! Vámonos de aquí!!!
-          Vamos, sube!!! - le animó el hijo - No hay peligro.

El asustado Capitán recordó por unos instantes que si subía de nuevo a la nave podría volver a ostentar el título perdido y el único que le hacía sentirse valeroso ante el mundo. Así que confiando en el esclavo niño, se adentró en el mar y nadando con destreza alcanzó el barco. El joven, en su habilidad por ayudar, le había lanzado una cuerda para que no tuviera tanta dificultad. Al poner los pies en el suelo otra exclamación se escuchó de labios del nuevo polizón.

Para sorpresa de ambos, todo, absolutamente todo, estaba intacto. Tal y como lo dejaron antes de abandonarlo. No se lo podían creer ¿qué había ocurrido ahí? Parecía que no podía ser. ¿Dónde estaban todos…? ¿Dónde quedaban los rastros del destrozo que el huracán habría ocasionado? No se podía ver ni rastro. Todo estaba recogido, en perfectas condiciones, las sogas, los remos, las palancas, el ancla, los rastreles, las fustas y  hasta el timonel. El Capitán se puso firme y con actitud de mandamás descendió por las escaleras hasta la bodega.

-          Ja – se escuchó y a partir de ese momento sólo sueño e ilusión.

Al ver el esclavo que el Capitán no regresaba, bajó, encontrándoselo de nuevo ebrio de tanto vino y otros tipos de alcohol. Allí tirado en el suelo, el Capitán hacía ningún honor a su título, pues tenía la costumbre de perder la actitud, tan pronto el escenario lo transportaba al pasado.

-          Vamos!!! Déjalo!!! Tenemos que irnos – le sugirió el joven, sufriendo por la ineptitud del Capitán.
-          Coge las barricas, llena todas las botellas, no me iré de aquí sin estos espirituosos y aromáticos brebajes, los únicos que de aires y bellos trajes, me permiten recordar los días en los que los mensajes que aún estaban por llegar, me decían que el barco jamás iba a naufragar.

De repente el Capitán se puso solemne y en esa solemnidad se dispuso a recitar:

Pasamos juntos toda la velada, en la playa, tumbados con la mirada posada en la increíble fuente de inspiración que ambos teníamos. Mirábamos a Orión, la Constelación de los Maestros de todos quienes a sus alumnos desean ver crecer. Sabes… tú eras mi Maestro y yo en ocasiones, tu Juez, deseábamos lo mismo pero no lo sabíamos ver. Quizás alguna vez, en algún horizonte, donde me quieras volver a ver, te hallaré, te pediré que me lances destellos de los días y noches que juntos pasamos embelesados, tumbados con la mirada posada en la increíble fuente de inspiración que ambos teníamos. En el Cinturón de la Constelación tejimos nuestra poderosa relación, ambos siendo uno, siendo Maestro y Alumno. Allí en ese lugar sin tierra y sin nombre, nos abrazaremos otra vez, viviremos de nuevo como si fuera este nuestro único propósito. No volveré a separarme de ti, para transitar por mares huracanados que me hacen zozobrar y recordarme que sin ti estoy muerto. Hoy aquí hallaré la paz, refugiado en el espíritu que esta copa me da. Bebo para olvidar, pero no para olvidarte a ti, ni para olvidar quien fui, ni siquiera para olvidar algo que viví, bebo para olvidar que olvidando la sed me acerca más al Maestro con el que crecí. Pues es la sed el motivo de mi desesperación, es lo único que me da y me quita amor. Soy el alumno que cogió El Cuneum, el mismo que un lejano día quedó perdido en el desierto. Lo vivo, lo sé y lo siento. Miró a Orión y veo sus destellos. Mi fuente de inspiración, mi falacia, mi verdad, mi muerte y todos mis deseos…

-          Pero padre…!!! – le interrumpió el joven asustado por aquel trance que estaba sufriendo el Capitán -. ¿Qué ocurre…? ¿Qué estás diciendo…? No se te entiende… ¿Te encuentras bien…?

Así el padre vivía una y otra vez, el amor del Maestro que le fue arrebatado con la violencia de un huracán, el viejo esclavo no comprendía que era lo que los labios del Capitán decían.

¿Y os preguntaréis quién soy? Pues soy quién se viste de melancolía, soy el recuerdo visceral de aquello que de tu corazón no puedes desatascar. Soy quién te envuelve de la vida el pasado, para que pongas en mis manos la sinceridad de tus abrazos, así podré conducirte hasta la locura, para que tú mismo puedas ver en ti, tu propia polaridad, la de odiar y la de amar.


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Día Tercero - LA BÚSQUEDA INTERIOR

Por vez primera el Capitán, tras haber cogido del barco su arsenal etílico y cuatro cosas más que le serían útiles en tierra firme, se decidió a penetrar en la espesura de la selva que se encontraba cuando te alejabas de la playa en dirección al interior de la isla. Su noble y fiel esclavo lo siguió sin siquiera atreverse a preguntar a donde iban, pues era tal la novedad que no quiso interrumpirla. A golpe de hacha se abrió paso, sesgando de cuajo los ramajes que le impedían penetrar más y más entre la invisibilidad. Entre hachazo y hachazo podía escucharse como alados pájaros se asustaban, abandonando las ramas en las que reposaban. Algunos renacuajos daban saltos altos y largos, alejándose también de aquel extraño Capitán sin barco. De repente, vaciló, vaciló inquieto, pues le pareció escuchar un sonido nuevo. Pidió silencio a su acompañante, quien no osó romper el encanto de aquel vacío de risas, gritos y truenos al que su padre lo tenía acostumbrado.

Sigilosos, se dirigieron con precaución hacía la zona norte, dirección por la que parecía haberse escuchado una dulce expresión, emitida por algún desconocido. Poco a poco se acercaron a un lugar en el que cesaba la vegetación y se abría paso un ancho canal. Se trataba de un río cuyas aguas transparentes parecían conducir una corriente exenta de agresividad y plena de mucha vida por vivir.
De repente otra vez aquel gemido. Escrutaron bien el canal. Las aguas trascurrían a muy baja velocidad, no existía ningún peligro. Eran hombres que conocían el mar, pero no sabían nada de ríos. Aun así quisieron averiguar el motivo de aquellos leves quejidos.
Sin nadie esperárselo, el Capitán dio un brinco acompañado de un grito entrecortado, debido al susto que se había dado. Alguien había rozado su mano. Se giró para averiguar quién lo había tocado.
En el suelo había una jovencita totalmente desnuda que parecía haberse quedado allí dormida durante días y días. Estaba despertando, había estado soñando, su piel delataba que a Selene había dormido abrazada.

-          ¿Quién eres? – atinó a preguntar el Capitán con cara de sorpresa, mientras el esclavo no cesaba de escrutar a aquella damisela incierta.
-          Soy Iria. ¿Y tú…? – preguntó mirando al chico y después al mayor.
-          Soy Irai y él es un pequeño astuto que siempre está ahí para ayudar… - confesó por primera vez, dándole su lugar al pequeño acompañante.
-          ¿Tú no tienes nombre…?
-          No, hasta el día de hoy no, nunca nadie me ha nombrado, nunca antes se me ha identificado, nunca hasta hoy, el día en el que te hemos encontrado.
-          Que extraño!!! ¿Puedo ponértelo yo…?
-          Si claro – exclamó, mirando y pidiéndole permiso al Capitán quien asintió.
-          Te llamarás Iari – decidió encantada por poder nombrar a aquel simpático joven.
-          Oooh!!! Qué bonito!!! IARI, me gusta…. Eeeeehhhhh Soy I a r i…. escucháissssss, soooooy I a r i, tengo nombre por primera vez, tengo nombreeeeee. Capitán, por favor, llámeme – le rogó como si fuera un niño pequeño que acabara de descubrir algo desconocido y que le hacía mucha ilusión.

Irai, miró al joven esclavo y se dio cuenta rápido de algo. Las cadenas de sus pies se habían roto. Nada atrapaba sus extremidades, ahora podría correr. Entonces le entró un temor irascible. No podía ser. ¿Y si a Iari se le ocurría escaparse y dejarlo solo para siempre…? ¿Y si tras ser un hombre libre, ya no quería saber nada de él…? No, ni hablar, no lo iba a llamar. No estaba dispuesto a decir su nombre. Se negaba a participar de aquella encerrona. Cerró sus labios con fuerza y la negación a romper una creencia se apoderó de todo su ser. El Capitán de nuevo comenzó a enloquecer. Odiaba al joven, odiaba a la desnuda mujer, odia la selva, el río y el bosque, odiaba todo lo que le obligaba a llegar a un lugar que no controlaba. Se negó rotundamente y negando odió.

-          Capitán, llámeme por favor – continuaba rogándole el chico, que comenzaba a comprender que el Capitán jamás le daría su sitio.

Fue entonces cuando Iria habló, lo hizo con amor, no te preocupes, para llamarte ya estoy yo. Así Iria comenzó a dar gritos desnuda por la orilla del río.

-          IARI –IARI –IARI –IARI –IARI!!!!

A lo que Iari comenzó a correr tras ella, dándose cuenta de que era un ser libre. Sin darse cuenta por vez primera se había alejado lo suficiente del Capitán como para perderlo de vista.
El hacha del Capitán golpeaba sin sentido la vegetación, esta vez nadie trazaba el camino, esta vez no sabía volver, esta vez, por más que quiso se negó a llamar a su compañero de viaje.

Sólo tenía que haberse atrevido a decir IARI. No lo haría.

¿Y os preguntaréis quién soy? Pues soy el orgullo, la vanidad, el temor a la verdad, soy quien vela para que no consigas ver. Soy quién no desfallece en atrapar tu ser, sólo con la consigna de que me abandones de una vez. El día que lo consigas te enseñaré, te mostraré todo lo que te perdiste por no querer deshacerte de mí. Soy la ceguera de tu Ser.

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Día Cuarto - LA ELECCIÓN

En la pocilga de habitación en la que dormía Irai, dos hermanas que lo contemplaban, podían escuchar los molestos ronquidos que el ya viejo Capitán daba. Su barba estaba sucia y enmarañada por el salitre del lugar. Su pelo negro, rizado y encrespado, además de sucio y ajado, le cubría el rostro, de forma que entre barba y cabello nadie podría reconocerlo.
Cuando la joven Auruk le sopló con suavidad al embriagado sobre el rostro, éste dio un manotazo creyendo que eran moscas quienes le importunaban. Auruk insistió divertida. Le pareció un juego molestar a aquel viejo que desde hacía un tiempo habían descubierto, pese a que él todavía no las había visto nunca.
Su hermana Diason le advirtió para que si se despertaba de golpe, comenzaran a correr, pues casi seguro que sería un peligroso ogro. Auruk, rió ante el miedo de su hermana, siempre era lo mismo, ella quería jugar y su hermana sólo quería esconderse por culpa de sus miedos. Si Auruk hubiera hecho caso de Diason, nunca habría conocido la magia que se hallaba escondida en aquella interesante isla, ni tampoco sabría nada de todas las maravillas que en ella vivían, entre otros hallazgos, el Viejo Capitán era una gran joya.
Las hermanas, que se habían alejado del poblado más de la cuenta, eran hijas de un enigmático señor, de nombre Oridón, que se había convertido en Rey de forma ilegítima, o al menos eso decían las malas lenguas, pues parece ser que el reinado era para Diporo, su hermano mayor. Ellas, en su ignorancia no sabían cómo había sido finalmente su padre, el señor coronado en contra de toda la población. A Auruk no le importaba nada, pero a Diason le importaba mucho conocer el motivo del porque ellas se habían convertido en Princesas. Eso significaba mucho, pero parecía ser que a la hermana pequeña le seguía importando muy poco. Tanto era así que en lugar de comportarse como una Princesa que era, se dedicaba a escaparse del poblado y a jugar a despertar a un feo y sucio soldado, loco y borracho que dormía como un tronco, se despertaba para beber más y se volvía a tumbar. Para Diason, el Capitán era un estorbo, porque además de inútil, era un auténtico vago.
Como a Auruk aquel pobre desgraciado le daba pena, siempre que podían le llevaban comida recién hecha, se la dejaban cerca, la hermana pequeña lo molestaba hasta despertarlo y salían huyendo antes de que el Capitán las viera. Así con este juego, hacía semanas, quizás meses que las hermanas alimentaban y cuidaban a Irai.
De repente, la poderosa mano del Capitán sujetó la delicada y frágil muñeca de Auruk que dejó de reír en seco. Diason lanzó un grito entrecortado, quedándose inmovilizada por el pánico. El viejo se puso en pie, parecía que había estado disimulando que estaba borracho y dormido, pues al levantarse se le podía ver muy despierto. Los desorbitados ojos eran lo único que se podía destacar de su rostro.

-          Son ojos de ogro, te lo dije – exclamó Diason a su hermana – estamos perdidas.

Auruk siquiera peleaba para que el Capitán la soltara, solamente lo miraba fijamente a su cara, escrutando sus oscuros ojos que parecían vivir en lejanos sueños, creados con historias de todos los puertos en los que a lo largo de sus vidas había atracado. Así tras que Auruk se diera cuenta de ello, y sabiendo que el Capitán jamás le haría ningún daño ni a ella ni a su hermana, dijo:

-          Mi Capitán – expresó con voz de soldado que se dirige a su superior – me recuerda…? Soy Auruk una de sus pupilas.

Al escuchar aquello el Capitán no dudó en aflojar la presión sobre el brazo de la niña. Recordó. Se fue lejano y al hacerlo una lágrima rodó por su mejilla, mojando su barba.

-          Sí, claro que me acuerdo de ti. Te recogí en Eontes, en aquel lúgubre pueblacho marinero. Eras esclava de Armices, un estúpido y engreído que sólo quería dinero para hacerse un castillo. Te rescaté de sus brazos y te subí a mi barco, juntos zarpamos y siempre me traías comida cuando dormía. Llevo días soñando contigo. Te perdí el mismo día que atracamos en una gran bahía y conociste a aquel otro marinero, que parecía más interesante y amoroso que yo, aquel cuyo nombre portaba blasón. Así me abandonaste para siempre, pero yo nunca me olvidé de ti.
-          Siiiii, te acuerdas, veo que te acuerdas!!! – celebró Auruk el reencuentro mientras su hermana la miraba extrañada, de soslayo -. Aunque tengo que confesarte que aquel marinero del que me enamoré, decidió zarpar con su nave y me negué a ir con él. Aunque estuve fuertemente enamorada de él, no conseguí seguir sus pasos. Siempre tengo a Serapis en mi corazón, cuando lo nombro todavía siento como palpito de puro amor.

Diason, advirtió que aquel encuentro era cosa de ellos dos y que ella parecía no tener cabida en la conversación. Escuchó como Auruk e Irai reían juntos, recordaban episodios marineros que solamente ellos habían vivido. Se abrazaban, se reían, hacían memoria de todos sus días juntos, inseparables, hasta que de nuevo la vida los había unido en un escenario que reproducía a la perfección su mundo, para que ambos se reconociesen. Eran como padre e hija, inseparables, únicos. Tenían tal complicidad que pese a que el carácter, los malos modos, los malos hábitos, las malas decisiones los hubieran enfrentado, siempre uno tenía un hermoso lugar preparado para el otro. No les importaba nada más, sólo importaba su complicidad.
Para Diason aquello era único, pero también difícil de encajar, pues cuando observaba a “padre” e “hija”, se daba cuenta de la riqueza pero también de la infantilidad. Tenía que hacer algo para que aquello remontara y para que sin romper esa unión, ambos se elevaran, dejando de quedarse estancados en una realidad que sólo los nutría de las aventuras del pasado. Sería muy difícil acceder al Laberinto de aquellas Almas, para proceder a virar hacia un nuevo horizonte.

Diason tuvo una idea. Se fue a la playa. Observó desde la orilla, el casco de un barco a la deriva. Lo supo. Supo que ahí estaba la solución. Tenía que hacer algo para recuperar aquel barco. Tenía que darles una interesante motivación a aquel par de dos, que sólo se moverían de su pasado, si se volvían a montar en el barco con la intención de surcar de nuevo el mar y revivir aventuras en cada puerto que estaba todavía por descubrir. Allí actuaría ella. Conduciéndolos a un lugar que nunca antes habían habitado.
Diason regresó a la habitación del Capitán, Auruk y él todavía reían recordando historias que guardaban en su corazón y expresaban con sus labios, llenándolos a ambos de amor.
Los llamó:

-          Auruk!!! Irai!!! Venid, rápido, tengo una idea.

¿Y os preguntaréis quién soy? Soy la polaridad, la que consiente y alimenta lo único que conoce y también soy, la que despierta, sueña con descubrir nuevos horizontes, soy ambas y soy la misma, soy quien tú decidas. ¿Y sabes por qué? Porque te obligaré a que vivas con quien de nosotras elijas, hasta que decidas quien vive y quien muere cada día, en el camino de la vida.


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Día Quinto - EL DESTINO

Hacía ya meses que el barco había zarpado de la isla. El Capitán se había rasurado la barba, se había peinado y se había vestido de nuevo con el traje que desde que se lanzara al agua un buen día, no le había servido de nada. Con él habían subido las hermanas, la encantadora Auruk y la inquietante Diason. Ninguna de ellas, había querido ser Princesa de un poblado que rechazaba su falsa condición de princesas. Si su padre en realidad no era Rey siquiera por méritos propios, ni por sangre ni por elección popular, no querían saber nada de aquel título nobiliario que las obligaba a ser algo, que en realidad no eran. A Diason aquella rebeldía en el fondo le daba miedo, pero también en el fondo reconocía que el poblado y la isla no eran tan interesantes como aquello que pudieran descubrir en extraordinarios viajes por alta mar. Diason tenía escondidas algunas ideas para aportar al viaje y que no se repitiera una y otra vez, el hecho de que su hermana se convirtiera por elección propia en esclava, pupila o discípula de un señor, por muy Capitán que dijera ser.

De repente, el Capitán levantó la mano, se colocó en el timón, dio las órdenes pertinentes para virar hacia tierra firme. Señaló un lugar que parecía no conocer y hacia allí enfocó la proa de la nave, haciendo que la quilla se colocara en dirección al puerto elegido. Diason sonrió para sus adentros, lo había conseguido. Había logrado engañar al Capitán, creando una ilusión de que en aquella dirección se hallaba el mejor lugar en el que anclar. Ambas hermanas mostraron un gran entusiasmo, pues por primera vez, atracarían en un puerto cuya vida estaba por descubrir. Por primera vez, Diason tendría la oportunidad de descubrirse a sí misma, algo que le había sido vetado durante vidas y vidas, a ella nadie nunca antes, le había dado un lugar para expresarse. Ese sería su momento.

Al acercarse el barco al puerto, algo ocurrió que provocó que tanto el Capitán como su declarada pupila Auruk, comenzaran a temblar de miedo, a lo que Diason rió, pues se habían girado las tornas. Ahora eran ellos los que temían y era ella la única que agradecía aquella ocasión. No le importaba penetrar en un terreno desconocido, pues eso le abría oportunidades increíbles que le ofrecían la posibilidad de saber más de sí misma y no de continuar dando vueltas sobre algo que en nada la enriquecía.

-          ¿Os pasa algo…chicos…? – quiso saber, mirando de soslayo a sus temerosos acompañantes.

Aquel puerto era un lugar extraño, era verdad, parecía hostil, pero no era así. A simple vista se temía penetrar en un lugar ajeno en el que no habría forma de encajar. Todo mentira, todo paranoia de una mente vulgar, que no quiere abandonar un pasado de ebriedad. Al menos eso era lo que Diason sentía, y que tanto la había impedido avanzar hacia otras formas de vida.

Estaba harta de las directrices de aquel Capitán. No soportaba por más tiempo su hedor a alcohol, su pequeña visión, su forma de gobernar una nave, su pequeñez, su estupidez, no soportaba que no dejara a nadie crecer. O mandaba él, o no había quien gobernara el barco. O siempre tenía un esclavo a quién dominar o no tenía sentido ejercer de Capitán. Era un mando caducado que no quería dejar de vestir un traje que le iba grande. Auruk era una pupila enfermiza, que sólo alimentaba a aquel tipo de padre, porque no quería crecer. Lo peor estaba por venir. Diason era la única que sabía lo que iba a volver a ocurrir.
En aquel puerto vivía el primer amor de Auruk, el sabio Serapis, el mismo que provocó que un buen día ella dejara el barco del Capitán y se marchara a conocer mejor a aquel joven y atractivo marinero cuyas enseñanzas se hallaban tras navegar y atreverse a penetrar en lejanos y desconocidos puertos, a los que Auruk se negó a llegar. Tenía que volver a suceder. Diason intuyó el puerto hacia el que tenían que navegar, para que se repitiera la separación con el Capitán y la unión con el verdadero Maestro. Entonces ocurriría lo inevitable. Algo moriría definitivamente y para siempre, o bien algo se elevaría y comprendería por vez primera que no podía seguir anclado en un poder caducado.

Era el momento de ver si el Capitán transformaría su actitud definitivamente o bien moriría, acabando con aquel dolor que tanto le laceraba el Alma.

¿Y os preguntaréis quién soy? Soy quien decide hacia donde encaminar tu vida, cuando ya de vida no tiene nada, soy quien determina un final inevitable, soy tu destino, soy quien desde el inconsciente, dirige tu camino. Soy así de traicionera, actúo cuando menos te lo esperas. El fin está ya muy cerca, he decidido que ya no tengo más paciencia.


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Día Sexto - LA OPORTUNIDAD

El hospedaje elegido dejaba mucho que desear, no era precisamente limpio, ni siquiera nuevo y cuidado, más bien todo lo contrario, afín a un Capitán que sólo deseaba sentir que volvía a tener veinte años. Auruk se sentía espléndida. Con picardía Diason le pidió que se vistiera y se arreglara con sus mejores galas. La hermana tenía un plan guardado bajo la manga, iba a provocar que Auruk y Beston se encontraran de nuevo. El primer amor, era siempre el amor verdadero y ese cuando separados se madura, luego cuando se junta, vibra de nuevo. Así Diason tenía claro que cuando Auruk volviera a sentir a Beston, todo habría acabado, la esclavitud se convertiría en dedicación y el amor que había entre los dos, delataría la verdad que siempre su hermana había guardado en lo profundo de su corazón. Así, sólo así Diason sería libre para vivir todo lo que se había perdido y así sólo así el Capitán sería feliz, aprendiendo a vestir un traje nuevo y a librarse de ese rol de falso jefe que siquiera ejerce, pues no tendrá ya ninguna tripulación.

Algo debía sospechar Irai, que cuando vio a las hermanas salir tan guapas de su habitación, comenzó a temblar de puro temor.

-          ¿Dónde creéis que vais…? – les gritó denotando un visible enfado.
-          Salimos a dar una vuelta por los alrededores de la estación. Nos han dicho que por allí hay buen ambiente, pero sólo es para jóvenes. Ves a dormir, mañana nos vemos – le contestó Diason al viejo marinero que se quedó estupefacto por la actitud de mando que había tenido la joven.

Auruk no osó mediar palabra, su hermana lo había dicho todo, mientras le apretaba el brazo, amenazándola para que no hablara.

-          Pero no podéis dejarme aquí solo. Puedo ir con vosotras – dijo en un intento de hacerse un hueco en aquel paseo por el nuevo puerto.
-          No, quédate, preferimos ir solas. Si nos acompañas, asustarás a cualquier posible pretendiente – aclaró Diason dejando claro que con aquel paseo había una intención.

Así, sin más, sonrió al Capitán, se dio la vuelta y tirando de su hermana se alejaron del hostal, al girar por la primera calle, Irai las perdió de vista para siempre.
Habían pasado varios meses, quizás algunos años desde que las hermanas dejaran al Capitán solo a su suerte. De ellas nadie sabía nada, de él estaban hasta las narices todos los vecinos de los alrededores de un típico burdel.

-          ¿Quieres ser mi amante…? – escuchó decir a alguien, una señora que pasaba por allí.

Se trataba de un anciano de origen efesio, quien totalmente ebrio, le hacía aquella propuesta a una de las prostitutas que trabajaban para la Madame.
La señora, que era ajena a aquel tipo de mujeres y escenas, se indignó por que hubiera señores tan poco galantes con las mujeres.

-          Señor!!! – le llamó – es usted un maleducado, no se le habla así a una mujer por muy puta que sea – le intentó acallar con talante de mujer espectacular.

Irai se giró rápido, era la primera vez que una mujer le hablaba de ese modo, él sólo conocía relaciones con jóvenes esclavas o con putas que le hacían la cama, jamás conoció a una verdadera dama. Eso lo acojonó.
Así muerto de miedo, se acicaló el pelo de forma vulgar y se dirigió a la dama para estrecharle la mano y presentarse. Tenía la oportunidad de conocer a una gran mujer.

La señora al ver al anciano tambaleándose dirigirse hacia ella, se apiadó de su vulnerabilidad y sin pensárselo, lo sujetó antes de que cayera de bruces al suelo.
La hermosa Sarina pidió ayuda y entre algunos vecinos lograron llevar a Irai hasta su habitación. Lo desnudaron, lo bañaron, lo afeitaron, lo vistieron con ropa limpia y lo dejaron dormir hasta que los efectos del alcohol se desvanecieran.

Sarina había cogido una silla y se había sentado a la vera de su cama. Estaba dispuesta a darle una oportunidad a aquel Capitán que desde antaño, se negaba a coger el mando y mandar como era debido.
Mientras el Capitán dormía, Sarina había elegido un libro, había decidido leerle al moribundo al oído. El libro elegido se titulaba “Los Arcanos Astros”. Comenzaba así:

Fue el mismo Zeus, quién dio claras instrucciones al pequeño Abdalil, quien escrutaba el Cielo junto a su Maestro, Serapis Bey…

Se escuchó a Irai removerse entre las sábanas, como si la lectura le agradara.

¿Y os preguntaréis quién soy? Soy la oportunidad, la belleza, la bondad, soy quien cuando dormido estás, te recuerdo tu lamento, te canto la canción de tu alma, para que nunca te olvides de quién en realidad fuiste, así cuando despiertes, podrás saber tu nombre y cuando al Cielo mires, podrás recordar toda la sabiduría que en su día conociste y que quisiste olvidar, de este modo tus huellas en el desierto aparecerán, para no volverse a borrar jamás.


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Día Séptimo - EL RENACIMIENTO

Respiré. Un vacío enorme quedó impregnado en todo mí Ser. Respiré. Pude sentir como algo tomaba consciencia de sí. Respiré. Respiré hondo y profundo, sin olvidarme de la muerte, ni del dolor de la memoria que me hizo sentir mi mundo. Respiré. Buscándome, caminé, excavando en todos los rincones de mi alma, respiré. respiré eligiendo y viviendo aquello que mi elección me aportó, dirigiéndome a mi destino, fraguando cada día el camino, creando la oportunidad de renacer, y así paso a paso, renací. Respiré al ver alzarse en el horizonte aquel bello amanecer. Le di la mano, me entregué, respirando con inspiraciones profundas hasta que como un bebé, lloré, acababa de nacer.
Aquí estoy con el cuneum dispuesto para escribir este séptimo día, sabiendo que jamás perdí a mi Maestro, sabiendo que el despertar era la respuesta a mis lamentos…
Si estáis atentos podréis comprender mi historia…


Este hueco en el texto es para que el lector escriba su propio renacimiento, de su puño y letra, en su momento, con el calor del fuego que su ser tiene encendido para que puedan encontrarse.


















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