EL BAÚL DE MARLA Y EL PODER DE LAS LLAMAS


La hermosa niña, de largo cabello negro y ojos risueños, sostenía entre sus manos un pequeño baúl. Lo observó con detenimiento, estaba deseando recuperar lo que en otros tiempos, había dejado encerrado allí dentro. Buscó el modo de abrirlo, fue entonces al cerciorarse que iba con llave, cuando su sonrisa se ensombreció. No tenía la llave y ni siquiera sabía dónde podía encontrarla. Quedó pensativa y algo triste, al creer que el contenido del baúl se perdería para siempre. Dejó el baúl sobre la repisa de la gran chimenea del salón, una estancia sencilla, pero acogedora, donde se reunía la familia. El fuego estaba apagado, pues hacía muy pocos días que el abuelo había abandonado aquel plano. Hallándose todos de luto, no se podía encender fuego, pues la tradición decía que las llamas atraían al muerto, y que si lo perturbabas te podía arrojar al fuego.
Aquella leyenda, jamás le había gustado a Marla, quien siempre temió que los muertos se la llevaran, así mirando los troncos apagados y el baúl en silencio abandonado, se quedó dormida en el sofá del difunto abuelo.

Un resplandor y un calor sofocante, la sacaron de sus sueños, aterrorizándose al ver como el baúl ardía, quemándose todo lo que contenía. Alguien había encendido la chimenea, el chisporroteo era tremendo. Pequeñas chispas salpicaban el suelo, habiendo prendido la moqueta que cubría la gastada y antigua baldosa. Las llamas corrían por los tejidos y por la fusta de las paredes, comenzando a rodear a la joven, quien se encontraba atrapada por el ahogo y por el pánico.
De repente, Marla sintió como alguien se la había llevado en volandas, mientras ella gritaba y gritaba, pidiendo que su caja fuera rescatada.
Cuando hubo pasado todo, Marla supo que el baúl había desaparecido entre las llamas y que nunca tendría sentido nada de lo que en su vida hiciera, pues la leyenda de sus ancestros se había cumplido, el abuelo furioso se había llevado su inconsciente tesoro.


*******

Intentando apaciguar su Alma, bajo el manto de una hermosa noche estrellada, Marla lloraba, lo hacía sintiéndose encadenada al recuerdo de su triste infancia, pues aunque se hubiera salvado de las llamas, no había ocurrido lo mismo con su hermosa caja, y eso no se lo podía perdonar.
Estaba tumbada sobre su espalda, sintiendo la dureza de aquella tierra por la que su Alma caminaba, pese a que era agreste y dolorosa, hasta tal punto que en aquellos días descubrió que estaba agotada de tanto nada de nada.
Su mirada quedó posada en el manto estelar, imaginándoselo como un precioso vestido que algún día en algún momento ella misma vistió. Sonrió al imaginarse vestida de estrellas, titileando en su cuerpo e iluminando su rostro. Una estrella llamó más que ninguna otra su atención, se detuvo en su parpadeo y en su insistencia por llamar su atención. Marla se concentró en la luz intensa, deseando descifrar el lenguaje para poder recoger el mensaje, quería saberlo, deseaba con todas sus fuerzas comunicarse con las estrellas, pero de repente un fugaz pensamiento pretérito la ensombreció. Según todos decían, los muertos habitan en el Cielo y si eso era así, el mensaje que pudiera recibir sería de uno de ellos. Según su familiar tradición, jamás, jamás a los muertos se les podía perturbar.
Marla entró en pánico, se volteó con desesperación para fijar su mirada en el duro suelo y saber que más allá de la copa de un árbol no podía mirar, pues todo, absolutamente todo lo que por aquellos desconocidos lares pudiera encontrar, la iban a devorar, y no siempre estaría su madre para liberarla de las llamas.

Marla estaba muy agradecida a aquella mujer que le había dado la vida, pues ella tenía muy claro cómo sobrevivir en la oscuridad y el desamparo de aquella inhóspita tierra.

-         Solamente se consigue siendo fiel a quienes te dieron la vida – le había dicho incontables veces, en cada ocasión en la que Marla había osado descubrir algo por ella misma, más allá de toda tradición.
-         Pero madre, quizás existe un mundo que no conocemos y que podríamos descubrir. ¿Podré hacerlo…? Me gustaría poder intentarlo. Sabes… te traería hermosos regalos, los más extraños y exóticos que cayeran en mis manos y te detallaría cada paso y cada persona con la que tuviera contacto. Te hablaría de lo que pude haber sentido en esos mundos desconocidos que creemos que nos pueden aniquilar. ¿Y si no es así…? Nos perderee…
-         Basta!!!! – cortó en seco la madre, la charla – deja de decir estupideces. No irás a ninguna parte. Atiende tus tareas y cumple con tus obligaciones, no existen ninguno de esos mundos que imaginas, deja de decir sandeces y haz lo que tienes que hacer. Algún día cuando seas mayor me agradecerás estos consejos, porque entonces sabrás que sólo obedeciendo serás feliz. Y ahora vete. Vete de aquí. Basta de estupideces, no te quiero oír.

La madre se quedó haciendo aspavientos con sus manos, despachando de su lado a su hija, como si sus palabras para ella fueran una amenaza a su forma de vida.
Había sido habitual en la vida de Marla que su madre respondiera con severas negaciones que no tenían explicación racional, aunque desde muy pequeña había aprendido a hacer oídos sordos a tanta estúpida lección emocional.

Sin atreverse a dar una última mirada al Cielo, se levantó del suelo y corriendo entre los setos, entró en la casa sin hacer ruido para que nadie supiera nunca que aquella noche, una Estrella del Cielo había intentado hablar con ella. Esta vez no iba a suceder, esta vez no se iba a prender fuego y exterminar ninguno de sus tesoros.
Al sentir aquello, su estómago dio un respingo. ¿Cómo había podido temer por sus tesoros si no tenía ninguno? El único que parecía existir, se encontraba en el interior del baúl y ese fue devorado por las llamas que su propio abuelo desató contra ella, por contradecir una sagrada tradición familiar.
Recordó a aquella niña sosteniendo llena de alegría el baúl que creía que contenía lo más preciado que en ella existía. Esbozó una sonrisa tal cual lo hiciera de pequeña, pero al recordar que la llave era la pieza ausente para abrir la caja, volvió a ensombrecerse, de igual modo que lo hiciera la pequeña Marla.
Ahora aunque encontrase la llave no serviría de nada, no existía cerrojo que abrir, ni tapa que levantar para descubrir, lo que en su día guardara.
Una solemne tristeza la invadió completa. Su Alma descendió a las cavernas, a romper su dolor entre el más oculto y horrible de los silencios, esos que casi eternos hacen enloquecer a todos aquellos que para vivir y aprender, precisan de palabras que le den sentido a la existencia.
El silencio de Marla fue poderoso, tanto que su mirada parecía de otro. Nadie se dio cuenta de su profundo enojo, ni de su profundo abandono, nadie…
En esa ignorancia que parecía tramada por cada uno de los miembros de su familia, continuó “viviendo” sin saber siquiera quien era, escupiendo ese mundo que sus allegados construyeran y que ninguno se atrevía a romper, de tan poderoso que era.

*******
Marla, solitaria como acostumbraba, aireaba la ropa de cama, sacudía los colchones, esponjaba los almohadones, se entretenía haciendo las tareas encomendadas, al tiempo que su mente no paraba. En todo ese trajín lo más precioso era, cuando tarareaba, inventándose canciones que algún día le cantaría a pleno pulmón a sus hijos. Soñaba con sus retoños, soñaba en como los encomiaría a que se acercaran a otros tesoros. Soñaba como sus hijos le traerían los regalos que desde otras fronteras, ella no había podido ir a descubrir, pero eso siquiera ya le importaba, porque su secreta intención era que sus hijos tuvieran lo que a ella le fue negado. Aunque todos estos pensamientos fueran un secreto que no podría compartir, ni tan solo con el padre de sus hijos.
Escuchó a lo lejos como su madre y su padre se peleaban, gritándose improperios, tan estúpidos como estúpido el motivo de la disputa. Estaba tan acostumbrada a ello, que se había dotado de un don especial, era un truco que la convertía en aciaga de lo externo y en dichosa de lo interno. Ahí se colocaba, firme y espectacular, viviendo lo que deseaba y no a lo que la querían obligar.
Así nacían canciones del Alma, de esas bravas, que te dejan sin aliento cuando las cantas, porque las vives y abrazas, aferrándote a las palabras, como si fueran sanadoras.
Marla, aquella mañana se había enfrascado en la letra de una canción, que quería convertir en su mayor estandarte interior, comenzó tarareando, perfilando la letra, haciendo arreglos, modificando el tono y el color, hasta que sintió que el estribillo estaba listo para ser escuchado. Sin darse cuenta alzó la voz, dejó de tararear para cantar a pleno pulmón:

Verme morir no es mi misión,
verme reír de gozo y pasión
es lo único que me da sentido,
en esta tierra que me acoge sin darme abrigo,
para mostrarme quien soy, si me lo permito.
Vacilo, entre tanta niebla y tanto sol,
me tiembla el cuerpo y la voz,
se me rompe el Alma, cuando te imagino,
y no puedo darte todo lo que una madre
puede ofrecerle a su hijo.
Camino sin ti, pero contigo
camino y camino,
sin dudar que el tiempo
es nuestro amigo.
Verme morir no es mi misión,
sólo deseo vivir llena de gozo y pasión,
esa que solamente tú y yo
conseguimos expresar
al destapar nuestro dolido corazón…

-         Marla!!! Deja de decir sandeces y trabaja. ¿Quién te ha dado permiso para cantar…? Cállate. Esa letra es una estupidez. No quiero volverla a escuchar – gritó la madre a su hija, ensombreciéndola como acostumbraba.
-         Pero déjala que cante – se atrevió a aconsejarle el padre, que nunca había salido en su ayuda – déjala que imagine, eso no hace daño a nadie, cuando la vida le hable de verdad, se le acabará tanta imaginación y por ella misma ya reaccionará.
-         La estoy protegiendo de soñar. No quiero que sufra por no poder vivir nada de lo que en su cabeza pueda crear. ¿No ves que yo le estoy advirtiendo del dolor que supone no poder cumplir tus sueños…?

Marla, observaba a ambos progenitores, se habían convertido en algo extraño, incluso alejado. Los miraba, dándose cuenta de que eran dos desconocidos, aunque fuera con ellos con los que más tiempo de su vida, hubiera pasado. A diferencia de lo que hubiera hecho en otro momento, esta vez no intervino, prefirió ignorar aquellas palabras tan absurdas y vacías de amor. Utilizó su técnica y mientras ellos seguían opinando de lo que era mejor para ella, Marla repitió la canción en su interior, gritándola brava, llena de amor, con la certeza de que cantando, destapaba su corazón y sabiendo que eso no era un sueño, ni siquiera su imaginación, tenía la certeza de que era esa su verdadera misión, convertir el dolor en amor.
Sonrió segura de sí misma, sin descubrirse ante sus padres, iba a caminar como ella decidiera y como su interior la condujera, nadie iba a tener más, el poder de ensombrecer su sonrisa.
Recordó el baúl y sonrió aún más si cabía. Aunque hubiera ardido en las llamas de su familia aquel lejano día, ella estaba convencida de que tenía el poder de crear de nuevo su valiosa caja, solamente tenía una duda:

-¿Dónde guardé la llave…? – se preguntó recordando aquella Estrella que hacía un tiempo había querido comunicarse con ella - ¿Y si la Estrella guardaba la información…?


*******


Tras que aquel interrogante resonara en su cabeza una y otra vez, decidió comenzar una libreta en la que anotaría cada sentimiento y cada idea que en el transcurso de su existencia, viviera. Así con un sencillo lápiz y con el deseo de descubrirse a sí misma, escribió páginas llenas de episodios de sonrisas y lágrimas, sin que nadie, nadie lo supiera.
Un buen día, atrapada por una letra que la tenía cautiva, escuchó como su madre llegaba antes de lo previsto. Su miedo a que su libreta fuera consumida por las llamas de la ira de su familia, hizo que la escondiera. Corrió por la casa en busca de un escondrijo, pero no lo encontró, llena de pánico miró la estantería del salón, aquella que se encontraba justo al lado de la chimenea que quemó su corazón. Sin pensárselo introdujo la libreta entre los libros de la familia, deseando que pasara desapercibida. Y así fue como pudo librarse de los miedos de su propia madre, dejando lo que ella era, escondido entre lo que ellos decían que eran.
Nunca imaginó Marla, que aquel gestó la dotó de más valor y de más respeto hacia sí misma. Ahí día tras día, dejó escondida su libreta, totalmente a la vista, pero sólo lo verían quienes en realidad quisieran conocerla.
Una noche, sentados todos en la mesa, su padre decidió encender la chimenea. Marla tuvo un presentimiento, pero no pudo captar lo que su intuición le quería regalar, así con esa incertidumbre que lo oculto te da, decidió estar atenta a lo que aconteciera aquella velada.
Tan pronto como las llamas de la chimenea fueron avivadas, un grito desgarrador se escuchó por toda la casa.

-         ¿Qué ocurre…? ¿Quién ha gritado de este modo? – preguntaron todos los familiares.
-         ¿Quién puede haberle molestado que encendamos fuego…? No estamos de luto, no hay ningún muerto.

De repente, una de las hijas menores de la familia, les enseña a todos la silla que ocupaba Marla.

-         Mirad, está vacía, Marla ya no está. ¿Madre, habrá sido ella quién ha muerto?

El padre y la madre, así como otros familiares cercanos, corrieron desesperados buscando a la joven.

-         Marla!!! Marla!!! Marla!!! – se escuchaba.

Pero Marla no daba señales de vida, ante aquellos ojos cegados por el miedo y la cobardía.
Cuando quisieron darse cuenta, las llamas habían prendido tejidos y madera, alcanzando la estantería de los libros.
La madre quedó perpleja, pudo ver que en la estantería había algo que no les pertenecía. Arriesgó su vida, para coger la libreta que allí dejara su difunta hija. Se la guardó bajo la camisa y corrió con el resto de la familia, temiendo que Marla los maldijera a todos por no respetar su muerte, tal y como decía la tradición.
Los vecinos apagaron el fuego, sin poder evitar que los libros de la familia ardieran y se llevaran consigo toda la miseria ancestral.

Un silencio conmovedor lo invadió todo. Tan poderoso era el silencio que entre él sólo podía escucharse el respirar de quienes no se habían ahogado en el humo de la eternidad.

Nadie supo nunca nada más de Marla.

*******


Habían pasado mucho, pero que mucho desde que Marla abandonara aquella inhóspita casa. Había aprendido a sobrevivir de la nada, sin familia, sin que nadie la ahogara. Había conseguido que su Alma cantara aquellas estrofas llenas de vida, de la misma vida que ella buscaba. En su día a día continuaba soñando con sus retoños, continuaba deseando crear su propia unidad familiar. Pero siempre había algo que la limitaba, no sabía si era un recuerdo o si era un profundo miedo, o si era solamente una excusa para no caminar.

Estaba oscureciendo, la tormenta había cesado, el terreno estaba inundado, incluso se podía presentir la llegada del invierno. Se abrigó con una gruesa chaqueta de lana y salió a fuera a observar como el viento disipaba las nubes del Cielo. Se quedó exhorta viendo tanta belleza y tanta inmensidad. Una luz blanca llamó poderosamente su atención, era la Luna la serena señora de todo hogar. Se sorprendió a sí misma dando esa definición sobre la Luna, nadie nunca le había dicho aquello.

-         Si, así la llamamos, Luna significa Serena Señora del Hogar – dijo una voz desconocida -.
-         ¿Cómo? ¿Quién habla? – buscó Marla dando vueltas sobre sí misma, intentando descubrir de donde procedía aquella voz.
-         No me encontrarás ahí, estoy aquí, vivo en ti, en tu interior. ¿Me recuerdas…?
-         Por favor, cállate, no te conozco, no sé quién eres, no me hagas esto, me das miedo – Marla estaba entrando en pavor. Aquella situación comenzaba a angustiarla.
-         Mira, observa tu espectacular Cielo, no cierres los ojos. Mira – insistía la voz -.

La mujer no sabía qué hacer, no sabía si atender a la petición o cerrar los ojos con terror. Intentó aflojar la emoción, buscando más allá del temor, quizás descubriera algo que no tenía por qué proceder de un muerto.

-         Mira esa Estrella que titilea!!! – dijo la voz desconocida – es importante que permitas que te hable.

Marla se decidió a levantar su rostro al Cielo y a observar la belleza del manto que cubría su más elevado aspecto. Era inmenso, precioso, casi inalcanzable y a un tiempo tan cercano y misterioso como ella quisiera nombrarle.

-         ¿Quién eres…? – le preguntó Marla a esa voz que había aparecido en su interior y que le daba indicaciones que no comprendía para qué servirían.
-         Soy La Guardiana del Tesoro – confesó la voz.
-         ¿Cómo…? No te entiendo. ¿Tú la Guardiana de un tesoro…? Yo no tengo ningún tesoro, el mío ardió en el fuego de la ira de mi abuelo. Me estás mintiendo – la acusó.
-         No, lo que ardió fue la caja, jamás permito morir el interior, de eso me encargo yo. Mientras vivías ausente de mí, yo trabajé para ti y hoy es el día en el que tienes que saber que estás viva.
-         Pero… y la llave, perdí la llave, lo perdí todo, no me hagas creer que no es cierto – replicó Marla muy desconfiada con la Guardiana.
-         La llave es el tiempo y este es quien indica cuando estás preparada para abrir la caja.

Marla estaba estupefacta. No podía creerlo. Había recuperado el baúl, su interior y la llave, según le decía aquella Guardiana, que al fin y al cabo le resultaba muy familiar. Algo en ella le gritaba que atendiera aquella llamada y dejara de resistirse a ser amada.

Marla miró la Estrella, ésta se sintió atendida, parpadeó intermitente, cada vez más cerca y más fuerte, tanto que dejó a Marla deslumbrada por su belleza. La mujer, sintió como la Estrella le entregaba un vestido de plata, Marla se vistió, miró a la Luna y esbozando una enorme sonrisa que nadie ensombreció, cantó. Le cantó alto y claro a aquella fuente de energía que siempre la acompañó, día tras día.

Ahora puedes verme vivir,
cumplí mi misión
la única que me llena de gozo y pasión.
Camino,
por esta tierra que me abraza y me da abrigo,
que me muestra cada día mi ser humano y divino,
siempre que me lo permito.
Ya no dudo, cruzo la niebla cuando está oscuro,
me lleno de luz bajo los rayos del sol,
siquiera entonces me tiembla el cuerpo y la voz,
sólo lo hace cuando te vivo,
ofreciéndote todo mi ser divino,
tal que una madre hace con sus todos sus hijos.
Camino hoy y siempre contigo
camino y camino,
sin dudar que el tiempo
es nuestro mejor amigo.
Pues es vivir, todo lo que persigo…

La Guardiana, pudo ver como la Luna lloraba con aquella canción, sintiendo como el Alma de Marla expresaba todo lo que superó. La Guardiana miró la Luna, esta de repente asintió, le acababa de dar la indicación que invitaba a Marla a recuperar lo que perdió.

Marla caminó hacia un espacio singular, un camino que penetraba en un Bosque desconocido. Acompañada de la Guardiana, de la Luna y de la Estrella, entró en el sendero, cuyos árboles parecían saludarla a su paso. Al final del trayecto, pudo observar un pedestal de cristal, sobre el cual lucía un arcaico baúl.

-         Es mi baúl!!! – exclamó emocionada.
-         Utiliza la llave del tiempo y ábrelo – le sugirió la Guardiana.

Marla pudo sentir a aquella antigua niña, la misma que perdió su inconsciente tesoro por una estúpida tradición. La sintió muy poderosa, sintió su sonrisa y como ésta nada la ensombrecía, sintió su ilusión, su dicha, y su amor. Marla lloraba, al tiempo que mientras cantaba, le pedía a la pequeña devorada por el poder de las llamas, que abriera el baúl.
La niña, cogió la caja, sacó una llave de su corazón, abrió la tapa y al hacerlo, un respingo dieron las dos.
En el interior del baúl Marla pudo reconocer aquella libreta que dejó en la estantería de la chimenea. No podía comprender como había llegado hasta allí.

-         ¿Cómo puede ser…? Es mi libreta, es todo lo que yo escribí de mí, de mi puño y letra. La dejé olvidada en aquella antigua casa.
-         La puso aquí tu madre. La rescató para ti, para que nunca te olvidaras de lo que tu corazón hablaba, mientras sobrevivías en un mundo que nadie comprendía. Quiere que sepas, que ella también te ama y que te da las gracias por toda tu valentía.

Marla lloraba, a un tiempo que cantaba con su vestido de plata, tocando con sus propias manos la Estrella que le garantizaba que nunca más se iba a alejar de su esencia. La Luna, en su magia descendió para acunarla entre sus brazos. Marla se sintió un bebé, se acorrucó en el centro de la blanca esfera y sin dudarlo les dijo a todos:

-         Ella para mí lo es todo.